La noche del 18 marzo de 2020 aún permanece vivida en la memoria de los habitantes de Metapán, Santa Ana. Ese día el gobierno desplegó al Ejército y la Policía en el municipio tras anunciar que allí habían detectado el primer caso de covid-19 en el país.
Si bien han transcurrido 2 años desde aquel momento, y la cifras oficiales dan cuenta de más de 4,000 muertos y 156,000 contagios a causa de la enfermedad, la población del lugar recuerda la angustia y más de uno aún busca reponerse del impacto económico que arrastra a cuestas.
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El primer contagio, según las autoridades sanitarias salvadoreñas, fue un paciente que ingresó por una zona sin control migratorio en Metapán, se dijo que regresaba de Italia y que su caso fue registrado en el hospital nacional de la localidad, y como el paciente no fue aislado desde el inicio, el Gobierno sitió el lugar.
El sepulturero quien cambió trabajo
Corre la primera semana de marzo, pero ya de 2022, y los habitantes de Metapán se esfuerzan por dejar atrás aquella noche llena de mucha angustia.
Jesús Ramírez, quien trabaja como sepulturero en el cementerio de la localidad, viaja hacia atrás en el tiempo mientras excava una tumba y recuerda que en aquel entonces pausó su habitual empleo, pues la familia le advirtió e insistió sobre los riesgos de contagiarse de continuar laborando en el camposanto.
El hombre de fluida conversación y con 20 años de experiencia en ese trabajo específico, recordó, también, como tras conocer la noticia que el primer contagio había sido detectado en ese municipio se apresuró para ir a traer a sus hijas quienes trabajan en ventas de comida en el centro del municipio.
Para ese momento ya era cerca de la medianoche y él debió salir por ellas .
“Nos respetaron mucho el trabajo (en el cementerio), preguntaron quienes seguirían trabajando cuando todo arreciara; eso siempre se agradecerá. Yo mejor me fui con unos hijos a trabajar a otro lugar”, comenta Jesús, de 60 años, mientras se apresuraba a preparar una cubetada de concreto a los pies de la tumba de la familia Figueroa Gálvez.
El hombre relata que el regreso, ya con sus hijas, fue intervenido por policías y militares quienes cuestionaron su andar en la calle, pero tras explicar lo dejaron continuar.
“Ya al día siguiente solo mis hijas salieron a buscar comida, todos nos quedamos encerrados, el pueblo estuvo silencio las siguientes semanas”, recuerda Jesús.
En ese “silencio” Jesús también vio como los ahorros acumulado por años se esfumaron en semanas, pues era necesario comprar comida. Él asegura que esa última “dilató”, hasta que lograron reanudar medianamente sus vidas.
La comida se acabo camino al mercado
Luis Figueroa, quien tiene más de 10 años de vender en el mercado municipal de esa localidad aún no cree lo rápido que ha pasado el tiempo, dice que se enteraron sobre el primer contagio por medio de los noticieros de la noche y redes sociales.
“Ya al día siguiente (el 19 de marzo) ni venimos a trabajar, el mercado estaba cerrado, quizás la mayoría nos quedamos en la casa, la gente tenía mucho pánico”, narra Luis, quien comercializa verduras.
Él nunca imaginó como el negocio familiar sería beneficiado durante las siguientes horas.
“Al segundo día, mi papá se fue para Santa Ana a traer verdura, como eran comestibles tenía cierta libertad para andar en la calle, cuando vino con el camión ni logró entrar al mercado, allí en la entrada se acabó todo, y así pasaron varios días. En la venta nos fue mejor”, rememora Luis, mientras bromea por su peculiar y estilizado bigote.
Otro insumo que se volvió de los más buscados, a parte de la comida, fueron las mascarillas, las llamadas “quirúrgicas” en cuestión de horas llegaron a costar hasta 1.25 de dólar la unidad.
El joven vendedor agregó que durante las siguientes semanas él y un ayudante debieron tomar las riendas del puesto en el mercado, y que las filas para entrar a esas instalaciones se hacían por horas y bajo el sol.
De paso comentó una de sus vivencias durante la cuarentena: “A varios amigos se los llevó la Policía por andar en la calle, y a más de alguno lo agarraron bolo”, dice Luis entre risas.
Sacaron solo las orejas por la ventana
Narciso Aguilar, quien hoy vende minutas en el centro de Metapán, vivió momentos de temor y angustia durante aquellos días, y le marcó aún más la presencia del Ejército en las calles del municipio.
“Desde ese día (18 marzo de 2020) pasamos siete meses solo sacando las orejas por la ventana, nadie salía de la casa”, comentó el hombre de 65 años y quien gran parte de su vida la dedicó a la agricultura.
A Narciso ese encierro lo hizo utilizar el dinero que había ahorrado por varios años, pero se dice satisfecho al recordar que ayudó a su hijastra quien para ese momento tenía un bebé.
“La rebusca”, como dice él mismo, hizo que pronto saliera a vender sus minutas, eso lo llevó a tener síntomas del covid-19 , los que curó a fuerza de métodos poco tradicionales.
Ese hombre de acento chapín, aprovecha cada oportunidad para hablar de su estancia en Estados Unidos, también del tiempo que vivió en la zona norte del vecino Guatemala.
También sostiene que no cree lo dicho por el Gobierno sobre la detección del primer contagio en ese lugar, él argumenta que el paciente cero fue llevado por las autoridades sanitarias a ese lugar.
Perdió su local, hoy vende en las calles
Noé Ramos, un próspero vendedor de verduras, debió entregar el local donde comercializaba su mercadería pues durante la cuarentena ya no logró pagar el alquiler.
Noé por hoy vende en las cercanías del centro histórico del municipio, usa unas mesas para mostrar sus productos y animar a los posibles compradores.
“Sucedió que otros vendedores cargaron sus camiones y se fueron a vender a los cantones, eso golpeó fuerte a quienes teníamos locales. Fue triste, nos quedamos con el ingreso al mínimo”, lamenta Noé.