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COLUMNA: Éxodo y desintegración familiar 

No hay nada que pueda reemplazar a la familia nuclear como el marco más adecuado para el desarrollo de los hijos.

Por Dra. Margarita Mendoza Burgos | Oct 29, 2022- 14:20

Foto: AFP

Con el éxodo de salvadoreños a los Estados Unidos, Europa, etc, parece que el país ha encontrado una forma de supervivencia que se ha convertido en el pilar fundamental de nuestra economía. Además, de los riesgos conocidos de embarcarse en esa aventura, existe un riesgo añadido que pareciera pasar casi inadvertido, y que está empezando a causar un sensible daño a la sociedad salvadoreña, cuya verdadera dimensión, si no se atiende desde ahora, podrá verse durante las siguientes décadas, en la siguiente generación.

Se trata de la desintegración familiar, esto supone el que uno o los dos padres emigren dejando a los hijos aquí. Suele dejárseles a cargo de algún familiar, sobre todo abuelos o tíos, pensando que de ese modo quedarán bien atendidos. Y no suele faltar la voluntad de los familiares de que así sea; sin embargo, no hay nada que pueda reemplazar a la familia nuclear como el marco más adecuado para el desarrollo de los hijos.

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La experiencia demuestra que si los padres son sustituidos por los abuelos, éstos son capaces de dar tanto cariño como ellos mismos, pues afectivamente sienten a los nietos como una extensión de sus propios hijos; sin embargo suelen ser excesivamente consentidores y carecer de la firmeza necesaria para dirigir su educación, cosa lógica considerando que dicha firmeza requiere de la energía propia de la juventud.

Por otro lado, si los padres son sustituidos por tíos, éstos suelen asumir el compromiso de satisfacer las necesidades materiales, pero no tan fácilmente llegan a llenar las necesidades afectivas y emocionales de quienes no son sus hijos, y tampoco suelen llegar a asumir el compromiso educativo en toda su dimensión, particularmente en temas o situaciones difíciles, conscientes de que la autoridad la tienen los padres, incluso en la ausencia.

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Pero sobre todo, y más allá de lo anterior, está la sensación de los propios hijos de desubicación, de no pertenencia a una familia nuclear, de estar en un lugar que no es el suyo, de haberse roto lo más valioso que tenían, de haberse quedado sin referencia. Ello, aparte de la crisis general, tiende a generar un prematuro progreso hacia una mayor autonomía, hacia una mayor madurez aparente, precipitada y sin fundamento; un salto hacia arriba sin nada hacia donde saltar ni donde caer de nuevo, lo que unido al vacío relativo de autoridad y de firmeza provoca una acusada desorientación, que se traduce muchas veces en conductas inadecuadas de cualquier tipo y en carencia de criterios adecuados para valorar los diferentes aspectos de la vida.

Estas situaciones, obviamente, no se dan siempre. Hay, por supuesto, casos en que los padres sustitutos cumplen muy bien con el rol que asumen y que no debería corresponderles; sin embargo, las situaciones mencionadas, y el problema en sí mismo es demasiado común y trascendente como para no considerarlo cuando unos padres se plantean la emigración. Si se produce la desintegración por la emigración, y puesto que la tecnología lo permite, es recomendable invertir algo de las remesas en mantener una comunicación constante y cercana con los hijos. Esa es una gran inversión.

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