Juan Orlando Hernández, que pretendió convertirse en dictador vitalicio de Honduras y acaba de dejar el poder, fue detenido y está en proceso de ser extraditado a Estados Unidos por su participación en el tráfico de toneladas de droga hacia aquella nación.
En 2018, el hermano de Hernández, Juan Antonio, quien era diputado nacional, fue condenado a cadena perpetua en Nueva York por el tráfico de 150 toneladas de cocaína.
Las fotos y videos muestran ahora a Juan Orlando Hernández, otrora todopoderoso, inconmovible, intocable, capaz de seducir a los hondureños con su demagogia, encadenado en medio de un nutrido cordón policial. “Cuando más alto volamos, nos duele más la caída”, dicen los versos de Alberto Cortez.
La pregunta clave, empero, es ¿por qué sólo a Juan Orlando Hernández? Si justicia es “o todos en la cama o todos en el suelo”, ¿cuál es el motivo de no llevarse a los corruptos zelayistas que la recién electa presidenta de Honduras, Xiomara Castro, amnistió de un plumazo?
¿Cuál es el motivo de pasar por alto a Evo el emplumado y a todos los involucrados en lo que algunos llaman la “gran lavandería” asentada en Paraguay?
¿Por qué no echan una miradita a Daniel Ortega, a Díaz-Canel, a Maduro y al número 2 del régimen venezolano, Diosdado Cabello, que además de considerarse “capo di tutti capi”, el más mafioso entre los mafiosos como señala el ABC de España, tiene como hobby, su pasatiempo, ponerles el dedo a personas no adeptas al régimen para que la policía represiva los capture y los hunda en la cárcel.
Es más que evidente que traficar con esos polvitos blancos que produce a gran escala la narcoguerrilla de Colombia debe de ser muy, muy, muy lucrativo, dados los meneos de tantos para participar.
Hace poco publicamos una nota que describe la desesperación en que se encuentra el camarada presidente de México, López Obrador, por el incremento de las actividades criminales de los carteles, uno de los cuales está asentado en Sinaloa, por cierto el estado donde el régimen de este país compra granos a sobreprecio.
No es ningún misterio el motivo por el cual traficar en esos “polvitos blancos” es tan, tan, tan rentable: que los adictos a la droga pagan grandes sumas de dinero para adquirirlas, para embrutecerse, creyendo que así escapan de la realidad y se refugian en una imaginaria burbuja. Con frecuencia se dice que un kilo de cocaína pura vale centenares de miles de dólares “en la calle”, ya en manos de los que la venden a las pobres almas que la compra.
Hay que perseguir al vendedor pero asimismo castigar al consumidor
Llegando a esto tocaremos el tema del “combate a la droga”, a juicio nuestro, mal llevado en el sentido de ir únicamente tras los vendedores, sean éstos los que controlan una barriada, olvidando tocar a los compradores, los que la consumen. Consumen droga y con frecuencia inducen a otros a hacerlo echando mano de la cantinela de sobreponerse a la fatiga en unos casos mientras en otros para vencer la resistencia de mujeres que les acompañan, como se acusa a Bill Cosby, que violó a muchas mujeres que endrogaba y por lo cual está en la cárcel.
No tendría sentido encarcelar a consumidores, pero sí lo tiene imponerles trabajos comunitarios, desde barrer parques hasta limpiar escuelas y hospitales, debidamente ataviados de anaranjado pero reducir la pena si los conducen a los que la suministraron.
La droga es la gran plaga, junto al autoritarismo desenfrenado de criminales como Putin, de los últimos cien años. Y por los mismos extraditar a Juan Orlando Hernández, pero también a los capos rivales de Honduras (los amnistiados), un paso importante pero ni de lejos suficiente...