Aprender un segundo idioma abre insospechados campos a toda persona con una medida de curiosidad intelectual, deseo de conocer la cultura de quienes lo hablan, leer su literatura, conocer sus costumbres.
Se debe partir de una realidad asombrosa: en el mundo hay centenares de diferentes lenguas, algunas que únicamente se hablan en un pequeño ámbito geográfico y que son ininteligibles para comunidades no tan distantes. Se dice que al norte del Mar Negro, como asimismo sucede en China, hay decenas de distintas maneras de comunicarse, pero todas limitadas por pequeñas o medianas distancias.
La escritura china es, en tal sentido, lo único que integra las diversas agrupaciones lingüísticas, por lo que sería imposible reemplazarla por un sistema alfabético como el que prevalece en Occidente, símbolos que por vez primera se usaron por los fenicios y que, con sus variantes, se utilizan al día de hoy.
Hasta donde sabemos, no existe ningún criterio para clasificar una lengua como “idioma” a diferencia de lo que pueden llamarse dialectos o modos de comunicación de uso muy restringido.
A esto se debe agregar otro hecho: una persona que hable inglés o italiano, como ejemplo, puede estar sentada en un restaurante pero apenas entender lo que otros angloparlantes o italianos dicen, pues no siempre un romano habla en su casa italiano sino que puede usar localismos o giros propios del lugar de origen de su familia.
De allí que el gran cineasta Federico Fellini, productor de obras de extraordinaria grandeza humana y espiritual, titulara una de sus producciones “AMARCORD”, que en el dialecto milanés significa “Me Recuerdo”, una cinta que expone la vida en una relativamente pequeña comunidad del norte de Italia.
Igual sucede en Francia, en Inglaterra, en Alemania: aunque se hable y lea muy bien el francés, el ingles y el alemán, no siempre se va a entender lo que un grupo que pasa por la calle va hablando...
Diremos, cum grano salis, que el segundo idioma puede ser difícil de aprender, el tercero cuesta un tantín menos, el cuarto llega más fácil y así sucesivamente...
Lo esencial es escapar de la aldea mental y prisión cultural
Heinrich Schlieman, el padre de la arqueología científica, moderna, estaba reputado de hablar más de treinta idiomas, lo que facilitaba su vida como hombre de negocios. Su método, tan efectivo para el como para cualquier persona que se tome el trabajo de hacer lo mismo, consistía en leer en el nuevo idioma obras de relativa facilidad que ya conocía en el propio o otro de los previos, lo que alguien muy cercano a nosotros ha ensayado con éxito para el tercer, cuarto, quinto y sexto...
Es evidente que aprender idiomas de un mismo grupo lingüístico, digamos los derivados del latín (italiano, francés, ingles, rumano...) es mucho más fácil que moverse a otro grupo de lenguas, digamos los que cubre el checo, el polaco, el ucraniano.... los que se hablan en los países que el desquiciado mental y criminal de guerra Putin considera que son parte de “la Madre Rusia”.
Lo esencial es salir de las aldeas mentales, aventurarse en otras culturas, otros lenguajes, en diferencias que no son tantas entre las personas civilizadas y, en nuestro caso, las naciones cristianas por ser pueblos racionales de profundas convicciones morales...