En la vasta soledad universal descubriríamos que la soledad no era estar solos, sino estar sin amor. Queremos llegar hasta remotos e imposibles mundos del cosmos, cuando aún no hemos logrado hacer del nuestro un reino de amor y paz –como aspiran los místicos, los sensatos y mansos de corazón. La estupidez humana es patética: queremos ir al espacio profundo a conquistar otros planetas, después de hacer de nuestro hermoso mundo un estercolero de desechos químicos industriales y un cementerio de vidas humanas y de la naturaleza virgen. En otras palabras, buscamos otros campos de guerra u otro basurero sustituto. Así nuestro imposible éxodo a las estrellas –pues nunca llegaremos a alcanzar la velocidad de la luz en hipotéticas naves espaciales— no nos promete un hogar sustituto y habitable. En todo caso –como refieren los filmes de ciencia ficción—el supuesto viaje sería tan largo que aquellos llegarían al planeta prometido serían los descendientes de los primeros viajeros o máquinas androides. “No hay planeta “B” afirman astrofísicos y naturalistas. Marte es un desolado e inhabitable desierto que los insensatos conquistadores actuales ven acaso como una base militar o una colonia imperial más. Nuestro vasto mar sería nuestro próximo planeta. El mismo anchuroso océano que aún no hemos conquistado sino con nuestros navíos mercantes y de guerra. <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C. Balaguer-Amazon>