Mirando la cumbre hacia el mar quiso cantar. Porque entonces cantaban las montañas, el viento y las distancias. “¿Quién eres?” –dijo la mar después de oír sus cantos. La montaña cantora respondió a lo lejos: “Soy la voz del monte que mira al litoral y las mareas. Y cuando duermo canto a las estrellas.” “Un día callarás” -dijo el océano. “Breve en la voz la eternidad, se hizo eterna la voz” –la cima respondió. “¿La voz es breve en tu eternidad o tu eternidad es breve en la voz?” -cuestionó Neptuno. Nadie respondió. Porque a veces calla el mar, el hombre y el monte. “La voz vendrá y se irá. Sólo tú y yo quedaremos -repuso la montaña. Tú seguirás caudaloso y eterno. Yo seguiré inmóvil como todos los dioses…” “¡Calla entonces, si al fin has de callar!” –increpó la mar. “Si dejo de cantar he de morir -dijo la cumbre. Vivo y canto para no morir como la selva, las aves y el viento. Igual que tus mareas vengo y me voy y nunca dejo de irme y de llegar. Tampoco digo todo lo que tengo que decir, ni callo todo lo que tengo que callar. Ya sea una canción o un adiós.” Mirando siempre al mar, largos años calló el monte. Largos como siglos. Hasta que un día, una ola gigante sobre el risco, le despertó de golpe. “¡Quién me ha despertado!” –exclamó el altozano. “¿Y tú quién eres?” -preguntó el mar al cerro ya despierto. Pero el monte calló. Su voz se había borrado en el tiempo. <“La Esfinge Desnuda” C. Balaguer-Amazon>