“No puedo regresar en el tiempo y hacer lo que pude haber hecho cuando tenía 35 o más años. Mi mente va a todas partes, pero se siente bien”, expresó, mirando al vacío, Glenn Ford liberado de prisión a su salida. Había pasado largos 26 años aguardando su ejecución en el “corredor de la muerte” y finalmente se descubrió que era inocente. El afroamericano de 64 años estuvo en espera de su ejecución desde agosto de 1988 por la muerte de un relojero de Shreveport, Estados Unidos. Salió de una prisión de máxima seguridad de Angola en marzo de 2014, cuando un juez declaró las pruebas ignoradas de que no había estado presente durante la muerte del joyero. En el fallido juicio había sido suprimido un reporte policial que lo confirmaba. Según una ley de Luisiana, un reo absuelto tiene derecho a una compensación monetaria de $25 mil por año que estuvo detenido injustamente, hasta un monto de $250 mil, más $80 mil por el tiempo y las oportunidades perdidas. Nos preguntamos ¿cuántos de nosotros en el calabozo de la conciencia no desperdiciamos a veces la vida, el tiempo y sus maravillosas oportunidades? Prisioneros del dogma; de las dictaduras; víctimas de manías, miopía, fobias o traumas –cuando no por impedimentos físicos—dejamos de vivir la vida que pasó frente a la ventana de nuestra invisible prisión.
El tiempo perdido de Glenn Ford
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