Hacía unos cinco años que por la pandemia y otras razones no había realizado una ruta de turismo interior que me encanta y para la que hay que tomarse un día de descanso, que si cree que se lo merece, mejor entre semana para evitar las aglomeraciones y el posible contagio del covid, que aún anda entre nosotros.
Es una de mis rutas nostálgicas, porque me trae muchos recuerdos, la he realizado con personas apreciadas y queridas y también con todas las visitas que recibo para mostrarles lo bello de nuestra naturaleza. Y la verdad es que todos los amigos y parientes de España, Alemania, México, Bélgica y EEUU se admiraron.
Me refiero a la ruta de visita al Cerro Verde y a Santa Ana. No sé exactamente por qué razón, pues era aún muy pequeño, cuando junto con mis padres y varios hermanos tomamos una camioneta desde mi ciudad San Vicente hacia San Salvador y luego otra a Santa Ana. Recuerdo que todos nos paramos frente a la Catedral y después de admirarla, entramos y juntos fuimos viendo cada altar. Después nos sentamos en una banca, mis padres se arrodillaron y rezaron; recuerdo el olor a las velas encendidas y las muchas palomas en el atrio. Desde entonces y quizás buscando inconscientemente una respuesta a esa visita en familia a la Catedral de Santa Ana, siempre que puedo y recibo una visita, vuelvo a recorrer esta ruta.
Este jueves la realicé nuevamente. La carretera a Sonsonate está buena y solo hay una parte que la están reparando y una obra en construcción, y desde Santa Elena hasta el Cerro Verde, solo tarde una hora y media.
Y ya en la cima donde hay suficiente espacio de parqueo, caminamos directamente al que antes se llamaba Hotel de Montaña y la sorpresa es que lo han renovado y modernizado, el personal es muy atento, la comida del restaurante sabrosa y los servicios sanitarios, en los que siempre me fijo y concluyo sobre toda la organización, son modernos y estaban muy limpios.
Pero lo más importante del paseo fue nuevamente respirar el aire de la montaña y observar la belleza del volcán de Izalco, que como el día fue muy claro, se podía admirar su cráter con todos sus detalles de formas y colores.
Admirando la belleza de nuestra naturaleza, recordé como conocí el Cerro Verde y el Hotel de Montaña al poco tiempo de haber vuelto a El Salvador. Y fue el verano de 1995 tomando parte en un excelente seminario de dos días junto con los directores y gerentes de una conocida empresa multinacional salvadoreña, para la que yo trabajaba. Lo impartió un famoso alpinista chileno que con su equipo había escalado el monte Everest por el lado más difícil. En la conferencia nos mostró diapositivas en las que se entendía la importancia de la confianza y la interdependencia del líder y los miembros del equipo, pues en una escalada de esa naturaleza, por caminos escabrosos y desconocidos y al borde de grandes precipicios, con temperaturas de muchos grados bajo cero y los bigotes y la barba congelados por los vientos fríos, la vida de todos depende de lo que haga cada uno y como van unidos por una cuerda, la vida de cada uno depende de todos. Fue la mejor demostración real de la conciencia y el esfuerzo de trabajo en equipo cuando todos tienen el mismo objetivo.
Y de camino a Santa Ana es imprescindible parar en uno de los miradores para admirar desde arriba el precioso y azul lago de Coatepeque. Ya en Santa Ana la visita a la preciosa catedral, fue como todas las anteriores, igual de emocionante y nostálgica recordando mi primera visita por los Años Cincuenta.
Sí, estimados amigos, tenemos un país lindo, eduquemos a los niños a que lo quieran, lo cuiden y respeten.
Ingeniero/Pedroroque.net