Ciencia (del latín scientĭa, 'conocimiento'). Conjunto de conocimientos sistemáticos y comprobables que estudian, explican y predicen los fenómenos sociales, artificiales y naturales. El conocimiento científico se obtiene de manera metodológica mediante observación y experimentación en campos de estudio específicos.
Conciencia (del latín conscientia, «conocimiento compartido», y este de cum scientĭa, «con conocimiento») se define, en términos generales, como el conocimiento que un ser tiene de sí mismo y de su entorno.
Sin embargo, sobre la conciencia existe sin duda un debate permanente y se trata de un conocimiento en construcción, el cual hoy en día está siendo abordado con mayor profundidad por la neurociencia. El neurocientífico portugués Antonio Damasio ha introducido al campo del debate científico la teoría que la conciencia se basa en la conexión entre las emociones y la cognición: En su libro "El error de Descartes", argumenta que la conciencia surge de la capacidad del cerebro para crear representaciones mentales de los objetos y eventos del mundo, y para integrar estas representaciones con información sensorial y emocional. También sostiene que la conciencia es una experiencia subjetiva que está estrechamente relacionada con la experiencia emocional.
A partir de todo lo expresado líneas arriba, podemos de manera ordenada deducir que todo lo que queramos lograr en materia de modificaciones al comportamiento humano debe pasar por el conocimiento de las funciones cerebrales y más allá y más complejo, sobre su manifestación a través de los procesos de la conciencia. Por lo anterior deberá someterse cualquier hipótesis o teoría del comportamiento humano a un proceso ordenado de análisis científico.
Y es que hoy día vivimos en el post modernismo, donde lo que prevalece es según Moisés Naím: el populismo, la polarización y la posverdad. Promover acciones que generen aplausos, aunque no resultados positivos; buscar enemigos a los cuales atacar, porque eso vende más entre los hombres masa a que hacía alusión Ortega y Gasset; y afirmar cualquier cosa por absurda o falsa que sea, con tal que vaya potenciada de suficiente difusión por todos los canales posibles. Es imprescindible crear una falsa imagen de “concepto mayoritariamente aceptado”, aunque John Allen Paulos demostró con cifras que “las mayorías suelen equivocarse en sus decisiones”.
Pongamos un ejemplo: Recién el 6 de abril de este año se publicó en El Clarín, de Buenos Aires, un reportaje con entrevistas a los confundidos consumidores, acerca de la recién implementada ley sobre “etiquetado frontal de los alimentos”, con el malogrado sistema de octógonos negros que propone a nivel de suposición (no hay evidencia real después de seis años de implementado en otros países) que las personas dejarán de consumir o al menos consumirán menos productos provenientes de una clasificación acientífica, solo porque irán marcados por octógonos negros.
¿Por qué esta ley es sin ciencia? Porque no está basada en evidencia empírica, la cual se refiere a la información obtenida mediante la observación, la medición y la experimentación sistemática, nada de lo cual la precedió. Debería tratarse de una ley basada en datos cuantitativos y cualitativos que se han obtenido de manera objetiva y verificable sobre el comportamiento de los consumidores y que han sido recolectados mediante métodos científicos rigurosos, pero no lo está.
Si esta ley pretende modificar un comportamiento social, natural y cultural, como es “comer”, debería contar con toda una base teórica de la conducta humana, en su quehacer social, cultural, fisiológico, psicológico y ante todo cerebral; pasando por un cuidadoso planteamiento experimental que establece por fases todas las posibles respuestas (dentro de las deseadas y previamente planteadas) de los sujetos de la experimentación, que permitan precisamente ex ante proponer las respuestas que se tendrán (para el caso: inhibición de la acción de consumir un alimento) ante los estímulos repetitivos (para el caso: estimulo visual mediante octógonos negros en la parte frontal de las etiquetas de determinados alimentos) a los cuales serán sometidos. Es más, los que vienen desarrollando este tipo de propuesta en otros países no han podido demostrar su eficacia o al menos no hay evidencia pública que lo demuestre.
¿Por qué esta ley es sin conciencia? Porque no supera la prueba ácida de la neurociencia. Aunque aparecieran diciendo que se han basado (no lo han dicho nunca antes) en la teoría de la sensación de umbral de Benjamin Libit (años 60´s) y que con los octógonos lo que generan es una reacción de veto ante la decisión previa de tomar (entiéndase por agarrar) un determinado producto de un estante; entonces habría que decirles que la teoría, que ya se corrigió, se reescribió y se volvió a corregir, no logra abarcar en toda la complejidad el comportamiento de la persona, bajo el concepto muy complejo de la conciencia como se está planteando en la actualidad. La toma de decisiones de las personas es un complejo proceso neuronal, con un componente subjetivo basado en emociones y experiencias, que no puede modificarse con una imitación del modelo de Pávlov.
Los políticos y los gobiernos se dejan seducir por el deseo postmodernista de las tres P y terminan implementando medidas sin pruebas sólidas que demuestren sus ventajas, motivados por la incapacidad de dar soluciones adecuadas a los problemas que se les presentan, ya sea en materia de salud, como el ejemplo planteado o en otras áreas del quehacer de la sociedad.
Médico Nutriólogo y Abogado de la República