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El dueño de Roma

El senado se tomó a mal las ambiciones imperiales de César, principalmente por haberlos reducido de ser un ente de gobierno a una mera institución decorativa que se limitaba a aprobar sus leyes. Por ello, resentidos, se organizan y en un terrible día de marzo del año 44 antes de nuestra Era, todos los senadores le asestan una puñalada hasta su muerte.

Por Maximiliano Mojica
Abogado, máster en leyes

Roma tuvo un dueño: Julio César. Nacido en el año cien antes de nuestra, vástago de una antigua y prestigiosa familia senatorial, desde joven sintió el llamado a dedicarse a la política, a la cual se dedicó con pasión y entusiasmo.

¿Qué mejor forma de atraer al pueblo que dándoles pan y circo? Existen fórmulas que por viejas no dejan de ser efectivas. César lo hizo y ya notablemente popular, disputó la arena política con otros dos fuertes oponentes: Pompeyo, famoso y hábil general; y Craso, millonario y experimentado político. Pero ¿por qué no ponerse de acuerdo los tres y repartirse el poder político? Así se fundó el primer “triunvirato romano”, es decir, cada uno de ellos iba a detentar el poder por turnos. Una especie de juego de la silla político en donde los únicos invitados serían ellos.

César fue electo Cónsul de Roma en el año cincuenta y nueve de nuestra era. Una vez expirado su período consular, se marchó a las Galias en busca de gloria militar con la que cimentar su prestigio político (“Las Galias” se refiere a la región de Europa Occidental actualmente ocupada por Francia, Bélgica, el oeste de Suiza, el Norte de Italia y las zonas de Alemania y los Países Bajos al este del Rin).

La campaña militar fue un rotundo éxito, con lo que probó ser no solo un hábil político sino un genio militar. Pero la envidia tiene un sueño muy ligero… sus éxitos alertaron a Pompeyo y Craso: César se estaba convirtiendo en peligrosamente popular. Levantando las alarmas de la aristocracia senatorial, que temía los anhelos democratizadores de César.

Para mala suerte de Pompeyo, Craso muere asesinado por lo partos en el desarrollo de la campaña militar en Oriente. El enfrentamiento entre Pompeyo y César era inevitable. El senado, temeroso de César, se alía con Pompeyo ordenándole a César que regrese a Roma… pero dejando su ejército atrás.

La tradición romana establecía ningún general podía atravesar con sus tropas el pequeño riachuelo llamado Rubicón que marcaba el límite Norte de la República, a menos que fuera autorizado por el Senado. César decidió pasarse la ley por la parte de su anatomía a donde no alumbra el sol y lo atraviesa con sus tropas, a la vez que pronuncia las famosas palabras “alea jacta est” (la suerte está echada). Inicia la guerra civil romana.

Pompeyo no estuvo a la altura y César lo derrota; por lo que el primero decide escapar para buscar santuario en Egipto, país el cual estaba atravesando sus propios bemoles: Existía una disputa sucesoral entre la famosa y bella Cleopatra y su impúber hermano Tolomeo XIII. El primer ministro egipcio, Potino, invita con amables palabras a Pompeyo, quien acude feliz de ser bien recibido, solo para ser asesinado. Pero Cleopatra necesitaba el apoyo de Roma para vencer a su hermano, así que decide engatusar al cincuentón de César: se hace enrollar en una suntuosa alfombra para ser llevada a los aposentos del vencedor, una vez ahí, hace que desenrollen la alfombra y se le presenta a César… completamente desnuda… quien la viera, nos salió coscolina la Cleopatra. De esos devaneos amorosos, Cleopatra concibe un hijo: Ptolomeo XV Filópator Filómetor César, que pasó a la historia bajo el diminutivo de Cesarión. Pero su vida y obra merece una columna aparte.

Sabiéndose César dueño de Roma, despliega todo su poder reformador: aumenta a novecientos el número de senadores; reforma el sistema fiscal para aliviar la abusiva carga tributaria de las provincias; destituye funcionarios abusivos y corruptos; reforma y amplía la seguridad social para el pueblo; funda ciudades provinciales; reforma el calendario (por cierto, nuestro mes de julio es en su honor); apadrina ambiciosos proyectos de obras públicas; condensa leyes dispersas en códigos; en pocas palabras: cimenta las bases para la transformación de Roma para pasar de ser una República a un Imperio.

Pero el senado se tomó a mal las ambiciones imperiales de César, principalmente por haberlos reducido de ser un ente de gobierno a una mera institución decorativa que se limitaba a aprobar sus leyes. Por ello, resentidos, se organizan y en un terrible día de marzo del año 44 antes de nuestra Era, todos los senadores le asestan una puñalada hasta su muerte.

Desaparecido César, tres hombres disputan su legado: su principal lugarteniente Marco Antonio; el general Lépido y su inteligentísimo y hábil ahijado Octavio, quien, con tal de bañarse en el chorrito de la popularidad de su poderoso padrino se hacía llamar César Octavio. Al final de otra guerra civil, Octavio se impone y se convierte en el primer César.

Más allá de sus terribles ambiciones imperiales, Julio César fue un gran hombre, genio militar y un más que hábil político; su legado pervive en nuestros días.

Abogado, Master en leyes/@MaxMojica

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Historia Antigua Opinión Roma

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