No conocía esta historia hasta hace unas semanas. Don Roberto Turcios la contó en un evento del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional-Sección El Salvador (IIDC).
Maximiliano Hernández Martínez por cuatro años (1931-1935) había ejercido una cuestionada presidencia en funciones desde el golpe de Estado a Arturo Araujo. Y cumplía tres años (1935-1938) en una también cuestionada presidencia que había ganado como candidato único.
Era 1938, y el siguiente año eran las elecciones presidenciales. Pero Maximiliano enfrentaba un problema: la Constitución prohibía la reelección.
El 24 de junio el presiente citó a su despacho al subsecretario de gobernación, trabajo, beneficencia y sanidad. Un joven abogado llamado Hermógenes Alvarado entró.
El general le dijo: “La Presidencia debe seguir atendida por un militar, ya que así lo reclama la necesidad de mantener con mano fuerte la paz pública, amenazada de continuo por ideologías extremistas que prevalecen en el extranjero y se extienden aquí cada vez más (…) No habiendo tendido éxito la sugerencia hecha a un honorable militar para que aceptara ser postulado como candidato a la primera magistratura, [me veo] en el caso de enfrentar tan difícil situación política, que pone en peligro la obra de progreso del actual gobierno, y que, para conservar esa obra y darle la debida firmeza, [considero] como única solución, por ahora, continuar en el ejercicio del poder durante un nuevo período de cuatro años”.
El presidente confió al mejor abogado de su gabinete una misión secreta: necesitaba una opinión jurídica sobre su proyecto reeleccionista. El 11 de julio Hermógenes la entregó.
“Me permito exponer en esta carta algunas ideas que podrían contribuir –si llegaran a merecer su bondadosa atención– a que el problema se examine en varios de sus principales aspectos, a fin de procurar resolverlo como más convenga a los intereses actuales y futuros de nuestro país”.
La opinión expone de manera clara y respetuosa diez argumentos técnicos. El joven Hermógenes Alvarado le dio al dictador la opinión que le pidió. Concluyó diciéndole que no podía (ni debía) pretender asumir un nuevo período, pues la reelección estaba claramente prohibida por la Constitución.
Maximiliano guardó la carta, y encontró en su gabinete otros apoyos mas dóciles y lisonjeros. Siempre los hay.
El 26 de septiembre Hermógenes Alvarado presentó otra carta al presidente. Le dijo: “Actuaciones recientes del Cuerpo Legislativo indican, sin lugar a duda, que se mantiene el propósito de llevar a cabo el plan político que Ud. se sirvió someter a mi estudio. Según mis convicciones, el procedimiento a que se recurre no es adaptable a las normas de nuestro régimen legal, y, por lo mismo, no podría yo contribuir a su desarrollo en mi calidad de miembro del gabinete, lo que me impone el deber de apartarme definitivamente del ejercicio de las funciones (…) De Ud. muy atento servidor, Hermógenes Alvarado h”.
La mejor reflexión sobre la historia de Hermógenes Alvarado no la puedo escribir yo. Repito aquí las palabras que Don Héctor Lindo dijo en ese mismo evento del IIDC: “Siempre hubo personas con dignidad, como Don Hermógenes Alvarado (…), que rechazan las ilegalidades, que rechazan los esfuerzos de los poderosos por ignorar el estado de Derecho, y el sistema constitucional. Yo creo que la lección es que un pueblo que verdaderamente se identifica con valores democráticos puede lograr mucho, pero es cuestión de convencer a nuestros compatriotas. A todos nos conviene en el largo plazo”.
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P.D. Puede escuchar completo el evento del IIDC en Spotify, bajo el título “IIDC: La reelección presidencial en El Salvador”. Esas dos horas se le irán volando en el tráfico, y le aseguro que, tras escucharlo, se enfrascará en una profunda reflexión.
Abogado.