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Desequilibrios emocionales…

“Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase que desprecia el contenido”.

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Por Oscar Picardo Joao
Publicado el 11 de marzo de 2022


La pandemia por COVID-19, el auge de la transformación digital y las familias fractales, definitivamente han ocasionado un grave problema escolar relacionado al desequilibrio emocional de los estudiantes; episodios de aislamiento, autolesiones, depresión, bullying, adicciones, son algunos de los diversos fenómenos que observamos en el trabajo clínico y en las investigaciones que desarrolla el Centro Universitario de Neurociencia de la Universidad Francisco Gavidia.

Anotamos anteriormente tres factores estresores que gatillan estos comportamientos.

La pandemia obligó al aislamiento y el sistema escolar se cerró por dos años; durante este período la socialización, el ocio y las tareas escolares se mediaron por computadoras e internet con limitado contacto humano. El proceso educativo, más allá de las asignaturas básicas (Matemáticas, Ciencias, Sociales y Lenguaje), supone el aprender a convivir y a ser, y esto demanda la alteridad y contacto social.

La transformación digital atrae todos los servicios y rutinas domésticas, entretenimiento o responsabilidades laborales, a los sistemas binarios y tecnológicos. Así, pasamos de la sociedad de la información (Castells) hacia la economía del conocimiento y luego a la industria 4.0. Todo se está digitalizando y cada vez más nos enfrentamos a la inteligencia artificial, big data, automatización, blockchain, etcétera; es decir, nuestra relación es con más sistemas y aplicaciones que con seres humanos.

Las familias, por necesidad y por la complejidad socio-económica, cada vez es más fractal y disfuncional: los padres y madres trabajan para cumplir los compromisos; el tiempo dedicado de calidad a los hijos es mínimo; al parecer un móvil es un psicotrópico potente para las mentes inquietas de los perversos polimorfos; y el cariño al final se intenta comprar con algún regalo para que la conciencia esté tranquila.

Por si fuera poco todo lo anterior, el juego y la mediación lúdica (algo tan importante para la plasticidad cerebral), ha cambiado y mucho; para colmo se lee poco, se dibuja menos y se imita más, sobre todo a referentes irreales.

Hablen con sus hijos y exploren a quiénes admiran; se sorprenderán. Casi todos poseen una “satisfacción vicariante” complicada, es decir, proyectan sus carencias en alguien supra imaginativo o con valores muy subvertidos o extraños.

Me imagino que no le han puesto mucho interés a la música, letras y artistas favoritos de sus hijos; también sospecho que sabrán que ha sido una locura la venta de entradas para ir a ver a Bad Bunny y disfrutar su “poesía” reggetonera; y estarán al tanto de las célebres Quaestiones Disputatae entre Residente y J Balvin. Todo esto está en TiKTok…

Para colmo, nuestra sociedad educadora sigue empeorando, no sólo por el nuevo conflicto entre Rusia y Ucrania, que además de los bombardeos y refugiados, ha manifestado el lado oculto del racismo; que suceda eso en África o Latinoamérica se entiende, pero que rubios y de ojos azules se estén matando o estén migrando eso es inconcebible, manifiestan varios corresponsales.

Y qué decir del partido entre el Querétaro y Atlas en México; ¿habían visto algo más salvaje e inhumano que eso?, hordas de fanáticos pateando brutalmente a otros aficionados hasta dejarlos desnudos y sangrando.

Los cambios generacionales en materia cultural o artística siempre son difíciles y traumáticos; a nuestros abuelos les costó digerir el rock (aquellos grupos satánicos) y los cuadros de Dalí y Picasso; y a nosotros quizá nos costó entender el rap o el hip hop, o la obra de Damien Hirst o Marcel Duchamp. Tampoco nos olvidamos de las transiciones de la heroína, la marihuana, la cocaína, éxtasis, crack o Spice, ; pero quizá en sociedades conservadoras o poco educadas, esos fenómenos se veían como casos lejanos o excepciones.

En la sociedad actual, de primaveras y minorías visibles, surgen muchos movimientos y colectivos, también linchamientos digitales y legiones de idiotas (Umberto Eco); Bauman la ha caracterizado como una “modernidad líquida”, como si se nos escapara de las manos: la que rompe con las instituciones, estructuras rígidas, códigos del pasado y patrones. En este nuevo paradigma, la sociedad se basa en el individualismo y se ha convertido en algo temporal e inestable que carece de aspectos sólidos. Todo lo que tenemos es cambiante y con fecha de caducidad.

El amor y la sexualidad es más digital y pornográfico; existe una tendencia a auto comprenderse como ciudadanos del mundo, sin barreras; no necesitamos un trabajo estable; son más importantes las certificaciones que los títulos y grados académicos. Vivimos la era del consumismo, el tener sobre el ser, esa necesidad de comprar que genera largas filas y ansiedades.

Como diría Eduardo Galeano: “Vivimos en un mundo donde el funeral importa más que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto. Vivimos en la cultura del envase que desprecia el contenido”.

¿Y nos quedamos con los brazos cruzados observando? Si quiere y puede hacer algo le damos una solución o herramienta: el libro. Establezcamos un rato de lectura en la jornada: que dejen por un momento el móvil, los video juegos o las computadoras (inclusive el Kindle); que tomen un libro, el que quieran, que lean, que lo rayen, que dibujen o cuenten lo que están conociendo o aprendiendo.

Sólo la lectura podrá devolvernos el equilibrio emocional que necesitan los niños (as), no hay mayores opciones; aunque vaya a psicoterapia no se solucionarán los problemas. Intente, que ellos escojan los libros, que comiencen el hábito con libros cortos, pero que cada día lean, sin prisa y sin pausa.

Investigador Educativo/

opicardo@asu.edu

 

TAGS:  Opinión | Psicología

CATEGORIA:  Opinión | Editoriales

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