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Columna Transversal: El Faro tenía la razón

Trabajando en El Faro, comencé a descubrir el enorme potencial, sobre todo en la generación de reporteros jóvenes, irreverentes, creativos y valientes, que vi crecer en su redacción. Me di cuenta de que ahí se estaban formando una nueva escuela de periodismo investigativo, con nuevos métodos, y con un código sólido de ética profesional.

Por Paolo Luers
Periodista

El Faro celebra sus 25 años de existencia. Un cuarto de siglo. Más vivo que nunca. Nadie se imaginaba esto en 1998, cuando surgió este primer periódico digital latinoamericano.


Nadie se imaginaba que iba a sobrevivir, y mucho menos que se iba a convertir en un referente de periodismo independiente e investigativo, incluso más allá de América Latina.


Cuando Carlos Dada y Jorge Simán me contaron su proyecto El Faro, si bien me recuerdo en 1998, yo todavía tenía frescas las heridas del fracaso del proyecto Primera Plana, que Horacio Castellanos Moya, Pablo Cerna, Miguel Huezo Mixco, Chico Díaz y este servidor habíamos lanzado en 1994 – y cerrado en 1995. Era un proyecto diferente: Queríamos fundar un periódico impreso, primero como semanario, luego como diario, y competir contra los periódicos tradicionales. El Faro fue concebido como periódico digital. Esto a nosotros no nos pareció una idea practicable.

Primera Plana fue un éxito editorial y logró romper con la tradición conservadora del periodismo salvadoreño, hizo escuela - y aunque fracasó financieramente, abrió el camino para la renovación del periodismo salvadoreño de la posguerra. Por la brecha abierta pasaron experimentos como la revista Vértice de El Diario de Hoy y Enfoques de La Prensa Gráfica. Y El Faro. Nosotros cerramos Primera Plana con la conclusión de que teníamos el concepto correcto, pero que lo lanzamos cuando El Salvador todavía no estaba listo para un periódico de este tipo. Tal vez esta conclusión un poco arrogante fue equivocada.


Todavía luego de haber fracasado con Primera Plana, yo no di ni un cinco al futuro de un periódico digital como El Faro. Cuando en el 2004 me uní a El Faro, lo hice porque necesitaba un espacio para escribir. Y aunque todavía pequeño y frágil, El Faro era el único espacio. Me uní a El Faro con la idea de convencerlo de que el único camino para avanzar, crecer y tener impacto era preparando la transición a un periódico impreso. Si no, nunca iba a tener verdadera relevancia.


Trabajando en El Faro, comencé a descubrir el enorme potencial, sobre todo en la generación de reporteros jóvenes, irreverentes, creativos y valientes, que vi crecer en su redacción. Me di cuenta de que ahí se estaban formando una nueva escuela de periodismo investigativo, con nuevos métodos, y con un código sólido de ética profesional. Y en el camino me di cuenta de que el formato digital estaba permitiendo a El Faro construir un amplio público, que trascendió las fronteras salvadoreños, y también una red internacional sólida de periodistas, medios nacientes, y fundaciones – una red, que luego se iba a volver crucial para la sobrevivencia económica y también, más recientemente, para la resiliencia de El Faro contra el autoritarismo gubernamental.


Las diferencias que en el 2007 me llevaron a salir de El Faro son insignificantes en comparación con mi reconocimiento del papel, que este periódico digital ha logrado jugar en el periodismo salvadoreño y regional. Igual que en un momento corto Primera Plana, El Faro ha provocado rupturas con el periodismo conservador salvadoreño. Ha obligado e los otros medios, sus reporteros y sus editores a trabajar de manera más profesional, más independiente, más atrevido – y de comprometerse con una ética periodística, que antes no tenía validez en el país. El desarrollo positivo del periodismo que ahora se ejerce en La Prensa Gráfica y El Diario de Hoy -y en múltiples proyectos emergentes- difícilmente se hubiera logrado sin la provocativa existencia de El Faro. El periodismo nacional ha ganado calidad, y también, muy encima de la competencia, unidad de criterio y responsabilidad compartida.

El hecho que El Faro se haya visto obligado a trasladar su operación administrativa y financiera a Costa Rica, habla muy mal del estado de la libertad de prensa y de la seguridad jurídica de nuestro país. No hace falta en esta nota detallar lo que ya se sabe: El gobierno actual ha erradicado la transparencia, el debate nacional, y trata al periodismo independiente como enemigo a destruir.


Ahora queda evidente que precisamente por ser un medio digital y por haber resistido la tentación de convertirse en un periódico impreso, hizo a El Faro mucho más resistente contra el intento de callarlo. El Faro no ha tenido que pasar por lo que sufrieron la Prensa de Nicaragua, El Nacional de Venezuela y El Periódico de Guatemala. Los periódicos clásicos, con su industria de impresión y sus aparatos de distribución, son mucho más vulnerables ante gobiernos confiscatorios con tendencias de censura. El Faro, casi por definición tan internacional como el Internet, no puede ser objeto de confiscación y puede defender mejor su existencia y su independencia. Siempre con una condición, como saben muy bien los que hacen El Faro: Tienen que producir un periodismo cada vez mejor, profesional, sustancioso y valiente. El Faro lo está produciendo – y por esto tiene futuro.

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