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“La vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta”

El periodismo siempre va en contra de la corriente, siempre nada río arriba, siempre escala la muralla de la censura. Y es un insulto creer que se tiene que hacer lo contrario, un insulto a la historia, una herejía contra la verdadera esencia de lo que tiene que representar un periodismo real y vivo.

Por Alonso Correa |

Y es que en la libertad se esconden las vertiginosas fuerzas que oscurecen el alma, los rápidos de un río tranquilo, la fuente de vida de las malas prácticas. De ella nace todo lo que el periodismo no es. Todos los pecados de los hijos de un jardín con mucha variedad y con pocas restricciones, una zona libre de censura que permite la creación de movimientos y estrategias que pudren la etérea alma de la información. Ya lo decía Jorge Cafrune en El payador perseguido, “La vanidad es yuyo malo que envenena toda huerta”; y es que la vanidad se ha convertido en el principal parásito de un mercado que no vende nada.

Pero no solo se les ha permitido a los roñosos seguidores de la vanidad dictar cuáles son las pautas para hacer periodismo, sino que también se ha tolerado que orquesten el olvido de la historia, la herencia, el lugar de donde viene el usar como medio el periodismo. El periodista es el descendiente del juglar, del vocero, del heraldo, de ese vecino que avisaba de los peligros del camino. El periodista no es un bufón cuyo único propósito es saciar el aburrimiento de aristócratas y clérigos, no es una marioneta manejada por los dorados hilos de las monedas y de las palmas. Porque de ahí no debe nacer el alimento del alma de un periodista, ni de la vanidad ni del egoísmo, el periodista es un ente neutro, una sombra que vive en el pasado para alertarnos del futuro, un fantasma que avise cuando el peligro del mañana toque la puerta del hoy. El espíritu de un periodista se debe llenar de orgullo al ir en contra de aquellos que manejan los hilos sociales, ser el guardián de sus mártires, de aquellas personas que ejercieron la virtud de la información y pagaron con su vida el precio de la verdad.

Son esas nauseabundas garrapatas, la vanidad, el ego y la avaricia, las que lastran el trabajo de los que ya no están. Se profanan las tumbas de los fallecidos, víctimas de la maquinaria censuradora y asquerosa, cada vez que, por descuido o por malicia, se deja ganar al malvado. Porque el periodismo siempre va en contra de la corriente, siempre nada río arriba, siempre escala la muralla de la censura. Y es un insulto creer que se tiene que hacer lo contrario, un insulto a la historia, una herejía contra la verdadera esencia de lo que tiene que representar un periodismo real y vivo.

Porque esas son las dos minúsculas piezas del periodismo actual, pequeñas sí, pero no secundarias. El periodismo, primero, debe estar vivo para poder sentir lo que narra, palpar las verdaderas consecuencias de lo que está tratando de pregonar, deben ser las primeras víctimas de lo que observan, ser el eje para una visión de la realidad en donde se posen todas las opiniones. Y también tiene que ser real, vivir en el ahora y usar las herramientas que les dan las situaciones para revelar la realidad, no se puede combatir el mal ni cercenar la censura y la ignorancia desde el reino de los sueños. Pero el periodismo actual, el que vemos, oímos y leemos a día de hoy aún le falta saltar la valla de los pecados de sus actores, aún falta por descubrir el poder del público, todavía se nos esconde la realidad de los personajes que llenan portadas, artículos y programas. Al periodismo contemporáneo aún le falta crecer más allá de sus expectativas y deshacerse del miedo a hacer frente a la realidad para, por fin, tomar las riendas de la verdad. [FIRMAS PRESS]

*Escritor panameño.

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