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¿Solo dos años?

La pandemia arrasó con muchas vidas. Pero también se ha llevado la candidez de nuestros juegos familiares. Con tristeza he podido constatar cuánto hemos cambiado. Cada uno como refugiado en su Smartphone, acostumbrándose a la filosofía de “cada uno en lo suyo”.

Por Eleonora Escalantes

Durante las festividades de fin de año, el comadreo de estos días gira alrededor de la sazón de recibir a hermanos lejanos que arribaron de vacaciones para ver a sus familiares en el país. Desde Ahuachapán a La Unión, es muy común que en estas circunstancias nuestros dormitorios han sido adecuados para recibir a más de un pariente que decidió venir este año, especialmente después de la pandemia.


En este contexto, es usual invitar a los visitantes a departir, no solo en casa, sino también sacarlos de paseo, hacia nuestros lugares turísticos. Apaneca, Juayúa, Nahuizalco, Salcoatitán, las playas de occidente, la Calle Al Volcán en la capital, las gigantografías de Fuentes de Beethoven (ahora se llama Plaza Argentina), Las Pilas y no olvidemos las zonas cafeteras de oriente y sus playas: Berlín, Alegría, el golfo de Fonseca, Las Flores, etc.


Cada viaje en carretera ha sido aprovechado para conversar sobre las diferencias entre los de aquí y los de allá. Temas que van desde los precios elevados, la diferencia de las tecnologías de información y conectividad; las nuevas calles construidas o los pasos a desnivel en construcción, el perverso tráfico y los argumentos familiares junto a los recuerdos del pasado. Ahora bien, los amigos locales también se unen a estos trayectos. Y la bendición de contar con ayuda de amigos, cuando suceden percances en las carreteras es un milagro agregado al paseo. Qué enormes gracias porque están presentes. Es más que bendición que aún tengamos personas que nos quieren y nos echan la mano, cuando nos hemos quedado varados en medio de la avería vial o un accidente. Cada contratiempo nos permite echarnos el párrafo de cuánto ha cambiado El Salvador. Para bien o para mal, retumba en nuestra estima que las tecnologías que tanto favorecen para sacarnos de problemas, también nos alejan de los nuestros en casa.


Para los emigrantes, que en nuestras casas se vea a cada miembro de la familia conectado a su tablet o laptop, viendo la serie en streaming de su conveniencia, es más que normal. Para nosotros, los locales, esto acaba de empezar a verse en las reuniones familiares. Estuvimos en aislamiento por dos años de los jóvenes. Quizás por eso, desenmascarar esta realidad en estas celebraciones de fin de año; cae como un vaso de agua helada a nuestros corazones. Tanto niños, adolescentes y viejos, cada uno en lo suyo, sus chats, sus apps o jugando con su gadget de pelis, música y videos.


En estas vacaciones observaba con nostalgia que ya no hay lugar para jugar Pictionary, o bachillerato stop, o UNO, o el “sietillo” de las cartas, o jugar ajedrez, damas chinas y jenga. En tan solo dos años, todos los juegos de mesa de la familia se los ha llevado el viento.


La pandemia arrasó con muchas vidas. Pero también se ha llevado la candidez de nuestros juegos familiares. Con tristeza he podido constatar cuánto hemos cambiado. Cada uno como refugiado en su Smartphone, acostumbrándose a la filosofía de “cada uno en lo suyo”. En tan solo dos años de aislamiento, en nuestro país, hemos comenzado a perder lo que en otras naciones ya se ha extinguido: la necesidad infinita de relacionarse cara a cara y en persona entre sí, no solo para encontrarle el gusto a juntarnos para conversar, para jugar, para reírnos, y para saborear el regocijo de la presencia del otro. Creo que estamos todos perdidos, viéndonos en el espejo de los más jóvenes. En tan solo dos años, amigos lectores. Espeluznante, ¿no?

(destacad)

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