Mientras los adultos nos movemos con cierta torpeza, cuando no desconfianza, en la era digital, los jóvenes y niños navegan en ella con soltura y desenfado.
De hecho, ellos se han adentrado con desenvoltura en un mundo mágico que les abrió las anchas puertas de esa cultura fascinante. Atraídos por la magia de los artilugios digitales, se han convertido en exploradores incansables de la inagotable gama de oportunidades que se abre constantemente ante sus ojos.
Y nosotros los adultos nos rascamos la cabeza, haciéndonos mil preguntas sin respuestas convincentes: ¿bueno o malo?, ¿recurso para desarrollar la inteligencia o distractor peligroso?, ¿adicción o instrumentomágico?
El caso es que la revolución digital está aquí para quedarse. O mejor, para seguir creciendo. Y los jóvenes harán oídos sordos a las advertencias “sabias” de los mayores. El mundo digital es su mundo y basta. Que hay tiburones asesinos navegando solapadamente en ese denso mundo digital, por supuesto. Pero hay infinidad de puertas y cielos abiertos.
Con lo digital el universo se expandió exponencialmente ante los jóvenes. Allí se encuentra un caudal inagotable de oportunidades: música, ciencia, información, relaciones, y un larguísimo etcétera.
Y espiritualidad que, para sorpresa de los mayores, es donde beben con más entusiasmo los jóvenes.
Por supuesto que en esas profundidades digitales también se deslizan tiburones y cuanta alimaña mortífera se pueda dar. Un mundo de amenazas dañinas, sí; pero también un mundo de recursos humanos y espirituales.
En lugar de demonizar esta nueva Antártida todavía misteriosa, maravillémonos, pero con los ojos bien abiertos. Y, prudentes como serpientes, ofrezcamos nuestra mano amiga a los jóvenes incautos para que su ilusión no termine en alucinación.
*Sacerdote salesiano y periodista.