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La ley de Jonás

Para que no quede solo la leche derramada para llorar sobre ella es imprescindible que las autoridades de Salud, las de Educación, las propias de cada universidad y facultad de medicina (y no solo en esta carrera pasa), tomen cartas en el asunto y desarrollen, aprovechando la virtualidad, la tecnología, la existencia de horas sociales, etc., seminarios de capacitación sobre temas como el bullying, la depresión, el acoso sexual, el burn out laboral, etc. No solo para los estudiantes, sino para los docentes también.

Por Mirella Schoenenberg de Wollants
Nutrióloga y abogada

Hay una patología nombrada con una palabra que ciertamente no logra abarcar el inmenso sufrimiento que dentro de ella contiene. Esa enfermedad es la denominada DEPRESIÓN.

Los trastornos depresivos se caracterizan por una tristeza de una intensidad o una duración suficiente como para interferir en la funcionalidad y, en ocasiones, por una disminución del interés o del placer despertado por las actividades.

Se desconoce la causa exacta, pero probablemente tiene que ver con la herencia, cambios en las concentraciones de neurotransmisores, una alteración en la función neuroendocrina y factores psicosociales.

El diagnóstico se basa en la anamnesis (historia clínica). En el tratamiento se utilizan fármacos, psicoterapia o ambos y en ocasiones terapia electroconvulsiva o estimulación magnética transcraneal rápida (rEMT).

El término depresión se utiliza especialmente para referirse a cualquiera de los trastornos depresivos. En la quinta edición del Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-5) se clasifican algunos tipos de trastornos según los síntomas específicos.

Dentro de la gama de consecuencias a las que puede llevar la depresión, la peor de todas es la muerte, principalmente a través del suicidio, cuando la persona que la sufre ya no logra encontrar una motivación suficiente para dar “un paso después del otro” y las actividades cotidianas se vuelven una carga demasiado pesada para soportarla.

En el universo personal que supone el cerebro de cada uno de nosotros, puede suceder un cataclismo tan grande que encierre tal grado de dolor que trastoque por completo la visión de la belleza de la vida que poseemos, que aniquile hasta el último vestigio de felicidad, que dé paso a una necesidad ingente por apagar “el interruptor”, por cerrar la puerta de la vida y tirar la llave.

Eso de por sí es terrible que le suceda a cualquier persona, pero cuando le pasa a quien por su edad debería estar rebosante de felicidad, optimismo, sueños, energía; cuando le pasa a una persona joven, la tragedia es mayor.

Pero esa tragedia llega a extremos impensables cuando le pasa a una persona joven que para colmo estudiaba medicina; cuando le pasa a quien buscaba los conocimientos para dedicarse a trabajar en la ayuda a otros seres humanos que se encuentran enfermos, pero no encontró ayuda para sí misma.

Lejos de encontrar auxilio en los pasillos de los nosocomios donde se preparaba académicamente, donde los colegas formados y formadores debieron ser capaces de reconocer los signos y síntomas de su depresión, lo que encontró fue aplicadores de la LEY DE JONÁS: “Al que está jodido, joderlo más”.

Si un padre no está facultado para “humillar” a su hijo so pretexto de educarlo, mucho menos perico de los palotes, por muy tutor, jefe, profesor (nunca maestro) que se sienta está autorizado para desvalorizar a un estudiante de lo que sea, so pretexto de corregir sus errores y motivarlo. Eso no es docencia, eso es ignorancia llevada al salvajismo. Es una historia antigua en nuestro medio, que cobra víctimas nuevas.

Definitivamente, así como saber matemáticas no convierte a nadie en profesor de dicha disciplina, tampoco ser médico, aunque sea especialista y una eminencia en su práctica, vuelve a alguien docente; pero de allí a perder las mínimas condiciones de humanidad que se deben poner en práctica no solo con los pacientes, sino con cualquier ser humano, eso es otra cosa. Quizá tienen su propia patología y deberían recibir tratamiento y ser separados de la posibilidad de dañar a otras personas.

Para que no quede solo la leche derramada para llorar sobre ella es imprescindible que las autoridades de Salud, las de Educación, las propias de cada universidad y facultad de medicina (y no solo en esta carrera pasa), tomen cartas en el asunto y desarrollen, aprovechando la virtualidad, la tecnología, la existencia de horas sociales, etc., seminarios de capacitación sobre temas como el bullying, la depresión, el acoso sexual, el burn out laboral, etc. No solo para los estudiantes, sino para los docentes también.

Además, y con motivo de la elaboración de la nueva Ley de Educación Superior, quienes tienen tan ardua y delicada tarea no pueden cerrar el expediente sin tomar en cuenta este tipo de temas. Porque los derechos deben defenderse desde todas las trincheras y en todos los momentos. Y preocuparse por formar seres humanos con competencias y no fieras con un cartón. ¡Hasta la próxima!

 

Médica, Nutrióloga y Abogada

 

mirellawollants2014@gmail.com

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Depresiones Médicos Opinión

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