Todo parecía un sueño en Akala, el planeta sin tiempo al que habíamos llegado para reescribir la historia. Eva Stella y yo, Indra, éramos parte de la magia celeste del “yotish”, el resplandor divino. Varados en la anchurosa soledad del eterno instante, dudamos si todo –incluso nosotros—éramos realidad o ilusión. “Sólo el prodigio de amar nos vuelve realidad” –había dicho Sícilo, el místico de la expedición. “Adán Lemure -la criatura humanoide- carecía de sentimientos -agregó. No amaba a nadie ni a sí mismo. Por tanto, era una fallida creación de la ciencia y no de la divinidad. Huid de la colonia. En la profundidad de las llanuras de Akala os encontraréis, cuando el ayer de la triste Humanidad haya quedado atrás y desaparecido. Hasta entonces el prodigio de amar os hará reales y no ilusión”. El astro Betelgeusen, brillaba en la noche del profundo Acasha, emitiendo sus intermitentes destellos azul y grana. “Son dos soles cautivos –dijo Stella— girando el uno alrededor del otro, eternamente, en su danza sin fin”. Abrazados -como el mismo astro binario- “Prema” el amor, nos convirtió en la resplandeciente estrella. (XX) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>