Apartados de la expedición -Estella y yo- quedamos detenidos en nuestro abrazo como esculturas de niebla y espejismo. Todo debido a la no existencia del tiempo en aquel desconocido planeta. “¡Qué hermoso! –dijimos–. La vida se detiene en nuestro abrazo, volviendo eterna la entrega que allá en la Tierra era perecedera.” Nacidos del divino deseo, éste nunca moriría en la dimensión atemporal de aquel asteroide, inmerso en el profundo Akasha, el firmamento. Así quedamos inmóviles bajo la luz astral de “Akala”, rodeados de sus celestes llanuras y montañas. En aquella dimensión sin tiempo la “eternidad de un beso” del poeta se tornaba realidad. En un nuevo paraíso sideral desobedeciéramos el designio de la expedición de poblar aquel planeta con la descendencia de Eva Stella y Adán Lemure, el pionero humanoide. “La especie perfecta sólo provendrá del engendro modificado de la especie” –habían afirmado los colonizadores. “Desobedeceremos -como en Génesis- el mandato de una nueva Creación” –dijo Stella. Entonces –ocultos en la fronda celeste—hicimos el amor. O acaso fue el amor quien nos hizo reales, acaso, en la infinitud de aquel distante mundo estelar. (XVI) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>