Solos -en las desoladas llanuras de aquel deshabitado mundo estelar- nos iluminó la luz de un nuevo amanecer en las planicies de “Akala” –como habíamos nombrado al desconocido planeta. Todos guardamos silencio, viendo con asombro y temor, los desiertos contornos. El viento solar -cargado de energía estática- producía música y tonalidades de luz cuando se friccionaba en las alturas. De cierto contemplamos colores nunca vistos del espectro solar. Sin poder volver a la Tierra, la única alternativa era quedarnos en aquel lejano y remoto paraíso astral. Recogimos en nuestras manos un poco de su arcilla planetaria. Posiblemente seríamos los fundadores de una nueva civilización ya que en “Akala” había agua, oxígeno y otras fuentes primordiales de vida. Nos invadió un estremecedor sentimiento de soledad. Pero comprendimos que la mayor soledad era estar sin esperanzas. Entonces elevamos nuestra mirada al infinito, buscando el rostro de la divinidad. ¿Dónde estás dios de los humanos? –preguntamos consternados, buscando una respuesta. Entonces cerramos los ojos y vimos hacia nuestro interior, descubriendo la respuesta que siempre había estado allí. (IV) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>