Fue así que en nuestro éxodo a las estrellas -buscando un nuevo mundo donde refundar la especie- enfrentamos la realidad del imposible regreso a nuestro lejano planeta Tierra. El almirante La Salle se arrodilló, ante un dios desconocido. Miró al cielo, hacia una lejana estrella, perdida en las profundidades del espacio y sus ojos se llenaron de lágrimas ante aquella dolorosa distancia cartesiana. La luz del sol de medianoche caía sobre su cabellera, cubriéndola de un aura cósmica. Tenía la apariencia de un extraño ser interestelar, similar a las antiguas esfinges egipcias o de los imaginarios dioses extraterrestres. La suerte estaba echada. Los demás bajamos la cabeza, aceptando nuestro irreversible destino. Tesio Morano –por el contrario— comenzó a correr eufórico por el erial, diciendo animosas palabras. Así -en los confines de aquel crepúsculo estelar- el grito de un nuevo hombre resonó en el lejano planeta de “Akala”. La energía de la “materia negra” sintetizada en los aceleradores nucleares (donde se habría descubierto la “partícula de Dios”) nos había llevado hacia un nuevo y distante renacer astral. (VI) <“Éxodo del Sapiens Estelar al Universo” C.Balaguer-Amazon)>