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Esperando nacer el sol de su regreso

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Por Carlos Balaguer |

Además de ordeñar las capreas, encender el fuego sagrado, estudiar astrología u orar con los fantasmales monjes, Kania sembraba coles azules y amasaba el pan para los sabios anacoretas. Así vivió con ellos por algún tiempo el pastor de cabras y estrellas. Hasta que un día -abriendo el arca de plata que llevaba consigo en su larga odisea- volvió a encontrarse con los envejecidos y amarillentos mapas de Rhuna, el reino lejano de su utopía; cartografías de su propio destino. Comprendió entonces que en algún momento debía reanudar el camino a los montes lejanos; principio y final de su largo peregrinar. Así lo decían las estrellas. Y lo escrito en los astros, siempre sería la única verdad. No obstante, el arquero decidió esperar que otro caminante llegara en alguna caravana y se quedara a vivir en el abandonado templo de la luz, a fin de sustituirle en la insólita condena de mantener vivo el sacro fuego del altar. El templo celeste estaba solo y fue así como Kania se quedó a cuidar -junto a los ya ausentes y fantasmales místicos- la llama siempreviva, a lo largo de los silenciosos años de la vasta llanura. Pasaba en sus instantes solos mirando al horizonte. Unas veces esperando el sol del amanecer o la llegada de una errante caravana de viajeros. (L) <de “La Esfinge Desnuda” -C.B.>

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Literatura Juvenil Opinión

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