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El abuso del poder envilece y degenera

Realmente sorprende a toda una sociedad cuando este individuo, con sus discursos, sus actuaciones, su popularidad, se dirige al pueblo ofreciéndole el cielo y la tierra, y los que creen en él –la mayoría, generalmente- le aplauden porque ha realizado obras benefactoras y hasta pretende mejoras sustanciales para un futuro prometedor y provechoso.

Por Carlos Alberto Saz

Sí, envilece porque el poderoso se vuelve vil, o sea perverso, pícaro, mafioso, malintencionado, aborrecido, infame, infiel, denigrante y hasta hipócrita cuando realiza sus fechorías a espaldas de los demás, que le tienen confianza y estima.

Y es degenerado debido a que decae o pasa a un estado peor o pierde las características y cualidades positivas anteriores.

Y tal situación es más lamentable en una persona que ocupa un cargo importante en la sociedad, que representa a una asociación noble, un conglomerado respetuoso o a una nación que ha confiado en él, creyendo que es alguien con las capacidades suficientes como para ofrecer lo mejor de sí en pro del adelanto, el progreso y la superación sociales.

Y es que realmente sorprende a toda una sociedad cuando este individuo, con sus discursos, sus actuaciones, su popularidad, se dirige al pueblo ofreciéndole el cielo y la tierra, y los que creen en él –la mayoría, generalmente- le aplauden porque ha realizado obras benefactoras y hasta pretende mejoras sustanciales para un futuro prometedor y provechoso.

Y pasa el tiempo, y pasan los años en que se mantiene en el poder; pero los que comprenden, los que no han creído en sus ofrecimientos, los que no se han dejado engañar, quienes sospechan de su conducta, logran descubrir la falacia de su comportamiento.

Y al fin, descubren su vileza, su degeneración, su engaño, pues detrás de toda su apariencia de hombre bueno, develan la verdad, la realidad de su maledicencia.

Y entonces, cae en las redes de la justicia, y lamentablemente, este desvergonzado se ve ante todos los medios de información, esposado de pies a cabeza, con casco y chaleco protector, detenido por el mismo cuerpo de seguridad que le daba protección cuando estaba en el poder. ¡Qué pena!

Traicionó a todo su país, se burló de quienes votaron por él, estigmatizó a su patria, puso en vergüenza a más de siete millones de paisanos, proyectando a todo el mundo la imagen penosa de un país centroamericano que siempre ha querido salir de su pobreza y del peligro de su galopante delincuencia.

Y es que el país sabía que este mal gobernante tiene un hermano delincuente que guarda prisión en la nación más poderosa del mundo, por sus fechorías incalificables, de tal manera que permanecerá encarcelado por el resto de su vida.

Y para ese país será extraditado este expresidente, porque lo ha pedido la justicia de allá para que los jueces determinen el castigo que le corresponde.

Este señor, de saco y corbata, se llama Juan Orlando Hernández, que dejó una mácula de ignominia sobre el suelo hondureño, manchando de negro el honor de su patria. Una vergüenza para su esposa e hijos.

Señoras y señores poderosos, mírense en el espejo de JOH y luego, reflexionen. ¡Sí, señores!

Maestro, psicólogo, gramático.

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Honduras Juan Orlando Hernández Alvarado Opinión

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