Ramiro, de setenta y dos años de edad, sabía que iba a ser un camino al calvario, pero no tenía otro remedio. Se sometería a la ardua prueba de carácter y castigo al mismo tiempo, por no haber tenido la visión astuta y sagaz, más la educación informal pertinente, en un país de Tercer Mundo, de lograr un buen cúmulo de dinero que le permitiera pagar servicios de salud privados cuando llegara la vejez.
Desde enero del 2021 tenía programada la cirugía de su vesícula pues le informaron que tenía cálculos. El médico le expresó que era urgente que se la extrajeran, para evitar que las paredes de la bolsa se engrosaran, adhiriéndose a otros órganos internos. Finalmente le recomendó un hospital y cirujano privados. Ramiro fue sincero, dijo que no podía, que no contaba con la plata requerida, que era pensionado y que su esperanza, desde joven, había sido el Seguro Social, por lo que estaba ahí, pasando consulta, una consulta que había logrado después de 17 meses de espera, pues por la pandemia se habían suspendido los servicios de atención en la llamada “consulta externa”.
“¿Y no tiene un hermano lejano que le mande el dinero?”, cuestionó el médico. “Usted sabrá”, terminó diciendo el galeno ante la respuesta negativa del paciente.
“Espérese afuera para que le den las órdenes de cirugía”...
No obstante, el tiempo siempre camina, llegando el anhelado día en la cual se había programado su ingreso en uno de los hospitales ISSS, en San Salvador.
“¿Y cómo aguantó tanto tiempo con esos sus cálculos, maitro?”, cuestionó otro galeno, quien llenaba papeles para que pudieran trasladarlo a la sala donde esperaría su cirugía. “Sólo Diosito con uno, doctor”, respondió Ramiro, sin querer dar más explicaciones, que había pasado comiendo solo verduras y carnes magras para no despertar al monstruo que tenía dentro, no fuera a ser que por comer grasa y unas pupusitas se le reventara. “Poco estudiado, pero tonto no soy”, se dijo a sí mismo. Había aprendido a usar internet en su Android y leído que si comía grasa en exceso, iba a desencadenar un fenómeno donde la vesícula se contraería y le causaría gran dolor, e incluso, complicaciones. Aplicó la información.
Mientras colocaba su sábana floreada sobre el colchón para sentirse cómodo, observó a los otros humanos, acostados o sentados sobre otras camas. Leían el periódico o sus celulares, todos en pantalón corto y camiseta.
“¿Y a usted cuándo lo operan, compañero?”, le interrogó su vecino de la izquierda. “Pues me imagino que mañana”, respondió Ramiro. “¡No, hombre!, ¿Y quién le ha dicho eso?”, replicó el otro, sonriendo ampliamente. El vecino de la derecha no pudo contener una risotada que trató de disimular mirando su celular.
Al día siguiente, el cirujano llegó a verlo y le comunicó que cuando hubiera sala de operaciones disponible, lo programaría. “¿Y eso cuándo será?”, cuestionó Ramiro, un poco ansioso.
La cirugía fue programada para la siguiente semana, es decir, ocho días después. Ocho días en que se hizo amigo de todos los ocupantes de las demás camas, quienes esperaban igual que él. Ya en sala, con la aguja dentro de la vena pasando el suero, Ramiro fue informado de que el aire acondicionado del lugar se había arruinado, por lo que tendrían que reprogramar su operación.
De acuerdo con información periodística de finales del 2018, el día-cama en un hospital público de El Salvador tenía un costo de $120.00, sin incluir costos de personal de salud ni medicamentos. Lógicamente, tres años después, este costo ha incrementado.
Aparte del dinero que se desperdicia por la falta de una reingeniería moderna en los servicios de salud públicos del país, esa riqueza desperdiciada proviene del esfuerzo de los salvadoreños que pagan impuestos; y aún más, los que cotizan al ISSS, quienes únicamente son alrededor del 36% de la población, aún entregan al Estado, otro monto extra, producto de su sudor y esfuerzo durante sus mejores años de productividad.
Al reingresar a Ramiro, una semana después, 3 días esperando en una cama, la nueva fecha para cirugía, presentó dolor de garganta y voz ronca. La prueba de covid dio positivo. Y lo enviaron a su casa.
Los funcionarios sanitarios deben recordar que la calidad de la atención médica se define como “el tratamiento que es capaz de lograr el mejor equilibrio entre los beneficios de salud y los riesgos”.
Ramiro está esperando que transcurra su cuarentena para volver a ingresar al nosocomio. ¡Buena suerte, Ramiro! Hasta la próxima.
Médica, Nutrióloga y Abogada
Mirellawollants2014@gmail.com