En el marco internacional tenso desde que empezaron las hostilidades en Ucrania el 24 de febrero de 2022, la visita del presidente de la República Islámica de Irán, Ibrahim Raisi, a Venezuela, Nicaragua y Cuba, no pasa inadvertida. Después de la del canciller ruso, Serguei Lavrov, hace pocas semanas, la presencia del gobernante iraní en países que manifestaron un apoyo a Rusia debe llamar la atención porque tiene un significado imporante. Se inscribe en una voluntad de “ desarrollar una cooperación económica, política y científica” según Teherán.
Pero el contenido político es muy fuerte: Irán enfrenta sanciones económicas internacionales desde hace varios años por su programa nuclear, por el suministro de armas a Rusia o la represión de las manifestaciones en 2022. Estas sanciones tienen consecuencias sobre las empresas europeas que sostienen relaciones comerciales con el país.
Inscribiéndose en una lógica en favor de una alternativa al sistema mundial actual, Irán busca reforzar una posición de influencia en Medio Oriente: su acercamiento con Arabia Saudita en el transcurso del año trae consecuencia en toda esa región. El acuerdo, bajo los auspicios de la República Popular de China, prevé un relanzamiento de un diálogo en materia de seguridad tanto como en los enlaces económicos. Para Teherán, se trata de integrarse más en Medio Oriente: la normalización con Ryad rompe con el aislamiento iraní y aparece como una salvación para un régimen que sufre, a pesar de todo, de las sanciones internacionales. Se espera una desescalada en Yemen y Siria. ¿Qué pasara en Líbano? ¿Cuáles serán las consecuencias para Israel por el cual el tema nuclear iraní constituye un peligro inmediato?
En este contexto, se refuerza la presencia estratégica china en Medio Oriente: socio económico de primer rango con Irán y Arabia saudita, Beijing se ha comprometido en invertir 400 mil millones de dólares a Irán en los próximos 25 años.
En este contexto, la visita del presidente iraní a sus aliados de América Latina pone en relieve una dimensión estratégica inédita. Al nivel energético, se establecieron acuerdos para modernizar las instalaciones en la industria del petróleo. Y obviamente, al nivel político, las declaraciones sobre el “antiimperialismo” norteamericano no faltaron.
Recibiendo apoyos como el de Daniel Ortega en Centroamérica, recordando los enlaces con Caracas y La Habana, Teherán quiere demostrar su presencia internacional. Cuba e Irán expresaron la voluntad de reforzar los lazos para poder contestar a “la política agresiva” de los Estados unidos. Más que una provocación, se trata de una posición asumida, en una lógica de oportunismo diplomático, que el conflicto ucraniano liberó en el escenario internacional actual.
“El eje alternativo” Caracas-Managua-La Habana proyecta una posición de oposición a la postura de los Estados Unidos, usando una retórica que recuerda los años de la Guerra Fría. América Latina aparece como un continente de oportunidades, ofreciendo la posibilidad de eludir la escasez de unos recursos a causa de las sanciones. ¿Será suficiente el eje caracas-Managua-La Habana?
Seguramente no pero el cambio del mapa político latinoamericano desde hace varios años abre un espacio inédito. Queda, por lo tanto, enmarcado por la fragmentación nacional de un continente que debe reinventar y reconstruir ejes de cooperación regional tanto como una postura internacional que le permite volver a una posición que le corresponde.
El presidente de Brasil intenta desde el inicio de su tercer mandato aparecer como un líder latinoamericano en el grupo de los BRICS (Brasil-Rusia-India-China-África del Sur) . Las elecciones que habrá en un corto o mediano futuro en México, Guatemala, Panamá, Perú, Chile y Argentina limitan una conducta global en favor del impulso de una nueva integración regional que tendría la virtud de hacer de América Latina un polo de equilibrio en las relaciones internacionales contemporáneas.
Politólogo francés y especialistas en temas internacionales.