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Dr. José Gustavo Guerrero: La arquitectura del mundo de la Segunda Posguerra Mundial

“No basta con hablar de paz. Uno debe creer en ella y trabajar para conseguirla”, Eleanor Roosevelt.

Por Francisco Galindo Vélez |

En la Conferencia de Teherán de 1943, los Estados Unidos, el Reino Unido y la Unión Soviética trataron temas relativos a la conducción de la guerra y a la creación de una nueva organización mundial, a saber, las Naciones Unidas. Otro paso importante se dio durante la reunión de representantes de los Estados Unidos, la Unión Soviética, el Reino Unido y la China, entre agosto y octubre de 1944, en Georgetown, Washington, en la mansión de Dumbarton Oaks que alberga una de las mejores colecciones de arte bizantino en el mundo, y que no se queda atrás en su colección de arte precolombino. Sus dueños, Mildred Woods Bilss, coleccionista de arte, y Robert Woods Bliss, diplomático, fueron también unos grandes mecenas y así, por ejemplo, para celebrar su trigésimo aniversario de su boda encargaron a Igor Stravinski el Concierto de Dumbarton Oaks. En 1940 legaron la mansión a la Universidad de Harvard. 

En su libro United Nations: A History (Naciones Unidas: Una historia), Stanley Meisler cuenta que el primer viernes de la Conferencia, el secretario de Estado adjunto Edward R. Stettinuis, después secretario de Estado y jefe de la delegación estadounidense en la conferencia fundacional de las Naciones Unidas en San Francisco, organizó un transporte militar para que los delegados pasaran ese fin de semana en Nueva York y asistir, inter alia, a la revista musical de las mínimamente ataviadas bailarinas del cabaret Billie Rose’s Diamond Horseshoe, y al espectáculo de las Rockettes del Radio City Music Hall, que incluyó departir con ellas tras el telón, pero añade que Andrei Gromiko, jefe de la delegación soviética y Embajador en Washington, no quiso participar y que, días después, el secretario Adjunto negó este episodio cuando la prensa le preguntó sobre su veracidad.

En todo caso, durante la Conferencia de Dumbarton Oaks, los cuatro países, en lo que en realidad fueron dos reuniones, pues como la Unión Soviética todavía no había declarado la guerra a Japón rechazó sentarse en la misma mesa que la China, elaboraron propuestas más detalladas, basándose en una disposición de la Declaración de Moscú de 1943 que reconocía la necesidad de crear una nueva organización para remplazar a la Sociedad de las Naciones. Propusieron la creación de una organización que contara con una asamblea general de todos sus miembros; un consejo de seguridad de once miembros, cinco de ellos permanentes; una corte internacional de justicia; y una secretaría. Además, decidieron que debía tener un consejo económico y social bajo la autoridad de la asamblea general. 

En la arquitectura que se iba diseñando para dar forma a la nueva organización mundial, el consejo de seguridad sería responsable del mantenimiento de la paz y de la seguridad internacionales, y los países miembros de la organización pondrían fuerzas armadas a su disposición para evitar conflictos o para terminarlos. Pero hubo dos temas que resultaron más difíciles de resolver: el sistema de voto en el consejo de seguridad; y la membrecía de repúblicas que eran parte de la Unión Soviética. En la Conferencia de Yalta, en febrero de 1945, se aceptó que un voto negativo de uno de los cinco miembros permanentes del consejo tendría fuerza de veto y que, además de la Unión Soviética, dos de sus repúblicas constituyentes, Belarús y Ucrania, serían miembros de las Naciones Unidas. Sin embargo, ambos temas se discutieron intensamente durante la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Organización internacional, en San Francisco en 1945.

En julio de 1944, durante la Conferencia monetaria y financiera de las Naciones Unidas en Bretton Woods, Nueva Hampshire, en la impresionante obra arquitectónica de estilo neorenacentista que es el Mount Washington Hotel, se estableció la arquitectura financiera del mundo de la posguerra. Se crearon el Banco Mundial (BM) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), y se decidió que el dólar estadounidense sería la moneda de referencia internacional, respaldada por el oro y convertible a ese metal. En agosto de 1971, el presidente estadounidense Richard Nixon retiró a su país del patrón oro y dejó que el dólar fluctuara libremente. 

En su libro, El orden internacional, el Dr. Guerrero hace un análisis detallado de la declaración de Dumbarton Oaks, y se pueden resaltar los puntos siguientes:

(1) El proyecto se asemejaba demasiado al de 1919, es decir, al de la Sociedad de las Naciones, pero hacía caso omiso de la experiencia de aquella organización y, así, “se incurre de nuevo, punto por punto, en los errores cometidos”.

(2) La nueva organización estaría “regida por un estatuto elaborado por las principales Potencias vencedoras y aprobado por sus aliados…Los Estados vencidos y los que no hubieran participado en la guerra no serían consultados. Este procedimiento sería, pues, idéntico al seguido para la preparación y la entrada en vigor del Pacto de la Sociedad de las Naciones.” 

(3) El Consejo de Seguridad perpetuaría la desigualad establecida por la Sociedad de las Naciones, pues cinco Estados tendrían puestos permanentes, mientras que “los demás del resto del mundo no dispondrían en cambio, más que de seis puestos, y únicamente por una duración máxima de dos años”, y, además, a diferencia de la Sociedad, no tendrían poder de veto. Asimismo,“Los poderes atribuidos a este Consejo, y, más especialmente a los miembros con puesto permanente, serían tan extraordinarios que, de hecho, éstos vendrían a ser los verdaderos depositarios de la autoridad mundial”.

(4) El poder del veto hacía “pensar lógicamente que estos han abordado el problema de la salvaguardia de la paz y de la seguridad en un sentido único, es decir, tomando medidas para impedir que la paz sea perturbada por los demás Estados, pero no tomando ninguna para evitar que lo sea por sus propios Estados. Tal sería la consecuencia lógica del derecho de veto que, al parecer, se han reconocido las potencias reunidas en Yalta”. 

(5) Se establecería “un régimen poco democrático con arreglo al cual cuatro o cinco grandes Potencias habrían de ejercer poderes exorbitantes. Esta clase de igualdad no es la que conviene a un orden internacional que haya de ser nuevo y duradero. Sería un error creer que los pequeños Estados no reclaman la igualdad más que como una satisfacción de amor propio. Sus sentimientos son mucho más profundos y legítimos. Reivindican el derecho de participar en la dirección del orden futuro porque temen poner su destino en manos de las grandes Potencias, que hasta ahora nada han hecho para ganarse la confianza ni para proteger sus bienes permanentes cuando han sido codiciados por los más fuertes”.

(6) La nueva Asamblea tendría “poderes limitados; lo suficiente para que los representantes de los Estados pequeños y medianos tuvieran derecho a pronunciar discursos”, pues quedaría abolida, por ejemplo, la facultad que tenía la Asamblea de la Sociedad de las Naciones de “discutir cualquier cuestión” que entrara “en la esfera de la Sociedad” o afectara “la paz mundial”. Además, si ya se ocupaba de un conflicto antes que el Consejo, tenía “la facultad de seguir ocupándose hasta la decisión final”. Así, la nueva Asamblea “tendría sólo un derecho: el de discutir las cuestiones y hacer recomendaciones, y ello únicamente a condición de que el Consejo de Seguridad no se ocupara de las mismas cuestiones. En cualquier caso, cuando se tratara de tomar medidas relativas al mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales, la Asamblea tendría la obligación de renunciar a dicho derecho en favor del Consejo de Seguridad”.

 (7) “El retorno a los antiguos procedimientos es todavía más evidente por el hecho de que…excluyen del arreglo pacífico de los desacuerdos de orden político y jurídico aquellos que se refieren a cuestiones que el derecho internacional considera como de la competencia exclusiva de los Estados interesados. Gracias a esta fórmula, tan vaga como injustificada, se socava la base misma del principio de la jurisdicción internacional”. 

(8) “Es extraña también la ausencia de toda disposición que represente una obligación semejante a la prevista en el…Pacto de la Sociedad de las Naciones referente al mantenimiento y respeto de la integridad territorial actual de todos los miembros de la Organización. Al respecto, no existe en el proyecto de la Carta de las ‘Naciones Unidas’ la más mínima referencia”.

(9) “Por el momento, lo único cierto es que en la organización preconizada por las cuatro Potencias reunidas en Dumbarton Oaks se ha tratado de introducir una curiosa teoría de la jerarquía de valores. En esta proyectada organización las demás Potencias no tendrían nada que ganar y, en cambio, tendrían mucho que perder: su esperanza y su dignidad”. 

Así las cosas, el Dr. Guerrero consideraba que para que la nueva organización mundial pudiera cumplir con su cometido de mantener la paz y la seguridad internacionales, había que darle los medios para lograrlo y no quedarse a mitad de camino como había ocurrido con la Sociedad de las Naciones, y que también había que hacer realidad el principio de igualdad de todos los Estados para que la organización fuera democrática y se beneficiara del importante papel que tienen los Estados pequeños y medianos en el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales. Ahora bien, después de la lectura de la Declaración de Dumbarton Oaks, el Dr. Guerrero sospechaba que la historia estaba a punto de repetirse. 

Francisco Galindo Vélez es exEmbajador de El Salvador en Francia y Colombia, ex Representante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y ex Representante adjunto en Turquía, Yibuti, Egipto y México.

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Historia Salvadoreña Opinión Segunda Guerra Mundial

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