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Dr. José Gustavo Guerrero: Ante los principios y los valores universales hechos añicos

“Todo está perdido cuando los malos sirven de ejemplo y los buenos de mofa”, Demócrito de Abdera.

Por Francisco Galindo Vélez |

En El orden internacional, publicado en 1945, el Dr. Guerrero asevera que para organizar el mundo de la primera posguerra mundial del siglo XX “contra el riesgo de una Alemania herida en su orgullo por la derrota, las potencias victoriosas intentaron dos experiencias: una, la de la organización de una Sociedad de Naciones… y otra, la introducción en Alemania del régimen democrático. ¡Como si bastara cambiar la forma de un gobierno para modificar el alma y el corazón de un pueblo!”.


Sobre el último punto, la afirmación del Dr. Guerrero se aplica a la realidad después de la Primera Guerra Mundial. No obstante, aquí conviene hacer un paréntesis y adelantarse un poco en la historia para decir que, por fortuna, después de la Segunda Guerra las cosas fueron diferentes, pues Alemania se convirtió en un Estado de derecho con una sólida democracia. Lo mismo ocurrió en Italia y en Japón.


En todo caso, sobre el rápido descenso del mundo al nuevo abismo de violencia y destrucción que sería la Segunda Guerra Mundial, en el libro ya citado, el Dr. Guerrero analiza cómo el régimen nazi vilipendió los grandes valores de la humanidad y desdeñó los grandes principios del derecho. Por ejemplo:


(1) El cambio de la concepción del derecho penal, pues se convirtió en un instrumento que tenía como objetivo “castigar la expresión del pensamiento y remediar así la carencia de todo medio práctico para prohibir el pensamiento mismo. La regla tradicionalmente admitida Nullum crimen sine lege [no hay delito si no hay ley] y Nulla poena sine lege [no hay pena si no hay ley] fueron sustituidas por la regla Nullum crimen sine poena [no hay crimen sin pena]. Según esta nueva ideología penal, cualquier persona podía ser perseguida y castigada según la idea fundamental de una ley y el sentimiento popular sano, abandonados a la libre apreciación individual del juez o del ministerio público. De esta manera, el acto punible, así como la pena misma, no estaban determinados por la ley, sino solamente por la idea de que el funcionario nazi, investido de una de estas dos funciones, se hacía del acto y de la pena”.


(2) El remate del valor de la palabra dada, pero, además, por esa “falta de probidad con respecto a la promesa verbal, la política hitleriana, para ser lógica, debía renegar también de sus compromisos escritos. Y así lo hizo, con tal falta de escrúpulos, que la firma del Tercer Reich no tuvo ya ningún valor, y hasta la institución de los tratados cayó en descrédito”. Así, acabó con el principio fundamental de pacta sunt servanda, es decir, que lo pactado se cumple, piedra angular del derecho internacional. Esto tenía un precedente, en 1914, cuando “el canciller Bethmann Hollweg desarrolló ante el Reichstag su famosa teoría del derecho de necesidad para justificar la violación de los tratados (Not kennt kein Gebot) y cuando los juristas alemanes se dedicaron a demostrar científicamente el fundamento de una teoría tan repugnante como anormal…De igual modo, la expresión chiffon de papier [pedazo de papel], lanzada por Bethmann Hollweg para expresar su desprecio por los tratados internacionales, ha entrado en la historia como una de las salidas de tono más cínicas proferidas por un hombre de Estado”.

(3) La anulación “de las reglas de la moral internacional observadas hasta entonces, empleando métodos que hacían la vida común de las naciones totalmente imposible. Echó abajo el sistema jurídico, creado para proteger la unidad de la sociedad internacional, y suprimió los valores morales y espirituales en los cuales descansa su existencia”.


(4) La desaparición del principio de la buena fe, pues “sería difícil -si no imposible- encontrar en el transcurso de los siglos una época en que la mentira oficial haya sido mejor explotada que bajo el régimen nazi. Sorprender la buena fé de un Estado con el que el Tercer Reich estuviera en paz, en el concepto hitleriano no era más que un medio para asegurar el pleno éxito de una operación. Cada una de las agresiones en vía de preparación iba precedida de una promesa oficial tranquilizadora”.


(5) El fin de la cortesía internacional, “una tradición tan antigua que se pierde en la noche de los tiempos”, y que siempre permitió el desenvolvimiento de las relaciones internacionales “con un mínimum de cortesía indispensable para facilitar y hacer agradables los contactos diarios de la vida social”, pero que con “el advenimiento de Hitler al poder” desapareció “el ambiente ponderado y sereno de la diplomacia. El mismo fué quien se encargó de exponerlos y resolverlos por declaraciones y discursos pronunciados ante multitudes histéricas, cuidadosamente regimentadas para dar su aprobación unánime. Su lenguaje estaba a la altura de su temperamento: violento, despreciativo, irónico e injurioso respecto de los hombres de Estado de los otros países, de sus naciones y de sus regímenes”.

(6) La transmutación de la agresión en “un instrumento de política nacional”, permitió al nazismo mantener “a Europa en una inquietud constante, animando a otras dictaduras a seguir su ejemplo. Sin su amenaza, antes y después de la toma del poder, el Japón no hubiera osado, en 1931, emprender la guerra contra Manchuria; Italia no hubiera atacado, en 1935 a Etiopía, ni a Albania en 1939; Polonia hubiera respetado a Checoeslovaquia, y, por último, Rusia hubiera vacilado en participar en el reparto de Polonia y en atacar a Finlandia”.


(7) La pavorosa decisión de convertir la educación en adoctrinamiento. Primero, para cada joven una “Educación física para desarrollar la fuerza y la resistencia del cuerpo por medio de un ejercicio intensivo y continuado que debía inmunizarlo contra la fatiga y hacerlo apto a la resistencia y a la lucha”. Segundo, una “educación moral, tendiente a modelar su espíritu y su corazón, inculcándole los principios nazis de obediencia, de renuncia y de sacrificio. Era necesario que aquella juventud fuera inaccesible a todo sentimiento humano e inconsciente del valor de la vida ajena; que se acostumbrara a no reflexionar ni razonar, a fin de que otro lo hiciera en su lugar, y, por último, a que concentrara todo su amor en la persona del Führer” [líder].


Para el Dr. Guerrero, los Estados debían resolver sus conflictos por medios pacíficos, pero en aquel momento y en aquellas circunstancias, concluyó que los aliados no tenían más opción que ir a la guerra. A este efecto dice: “A partir de entonces, era inevitable la horrible guerra que, en 1939, se abatió sobre el mundo, pues los pueblos libres se encontraron ante el angustioso dilema de dejar hacer y resignarse a esperar su turno, o decidirse a tomar las armas para poner un valladar al terror hitleriano, siendo esta última la actitud única que aconsejaba la dignidad de las grandes democracias que permanecían fieles a las tradiciones honradas”.

El Reino Unido y Francia declararon la guerra a Alemania el 3 de septiembre de 1939 por la invasión alemana de Polonia, pero entre esta fecha y el 10 de mayo de 1940, cuando Alemania invadió los Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Francia, hubo actividad militar en mar y aire, pero poca en tierra en Europa Occidental, y por eso, ese período de 8 meses es conocido por franceses como la drôle de guerre, y por anglosajones como la phoney war, algo así como la guerra de broma y la guerra falsa, respectivamente. También se habla de la “Guerra del Confeti”, pues la fuerza aérea británica lanzó sobre Alemania toneladas de octavillas con información sobre la verdadera naturaleza del régimen nacionalsocialista, creyendo que al estar informada la población alemana se rebelaría.


Calcular el número de víctimas de la Segunda Guerra Mundial no es tarea fácil, pero fuentes como el Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial en Nueva Orleans, estiman que 15 millones murieron en combate; 25 millones fueron heridos en combate; y que 45 millones de civiles murieron, aunque en una nota al pie de la página añade que hay fuentes que calculan que solo en la China murieron más de 50 millones de civiles.

A lo largo de la historia y a lo ancho del planeta, se encuentran dirigentes como Adolfo Hitler, ciertamente con diferente capacidad para infligir sufrimiento y causar destrucción, porque sufrimiento y destrucción siempre los acompañan, ya que hacen parte de su concepción del poder y del ejercicio del poder. Y tienen seguidores que cantan sus glorias con ciega exaltación e irascible intolerancia, pero que después de la debacle, que siempre llega, quieren borrar su comportamiento declarándose “demócratas de siempre”, en otro avilantado intento de engaño del mundo y de insulto de la inteligencia de los demás. Además, tienen una inagotable cantidad de chaquetas a las que dan vueltas y más vueltas, cada vuelta con una narrativa muy elaborada.


Exembajador de El Salvador en Francia y en Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México.

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