Como ministro de Relaciones Exteriores, el Dr. Guerrero trabajó sin descanso para que la política exterior de El Salvador fuera coherente, estuviera basada en claros principios y el país fuera reconocido y respetado en el ámbito internacional. Al igual que en la Sociedad de las Naciones, trató de lograr un alto grado de poder blando para su país, pese a su estrecho tamaño y escasos recursos, y fuera tomado en cuenta por su coherencia y por su seriedad.
Esto lo llevó a ocuparse de los dos temas que, a su juicio, constituían los principales problemas de la diplomacia salvadoreña: la improvisación y el inmovilismo. En su escrito In Memoriam: José Gustavo Guerrero, publicado en 1959, el Dr. Ricardo Gallardo dice: “En el desempeño de la Cartera de Relaciones Exteriores luchó con denuedo por extirpar las dos mayores lacras de que adolecía la representación diplomática salvadoreña en el extranjero: su inmovilismo y su improvisación. La primera es hasta cierto punto explicable en naciones cuyas fuentes de ingresos fiscales son relativamente escasas y reducidas, mientras que la segunda tenía su origen en la carencia de una carrera profesional adecuada. Fue durante su ministerio que se estableció la carrera diplomática en El Salvador, si bien la rutina, la inercia y las malas costumbres políticas debían ser más fuertes que el texto y el espíritu de la ley promulgada por el Dr. Guerrero”.
El inmovilismo, en parte por esa escasez de recursos que señala el Dr. Ricardo Gallardo, pero también por el interés y la conveniencia personal, en detrimento de los intereses del país, de algunos políticos y personas influyentes que supieron aprovecharse de la falta de profesionalización del servicio exterior y de la personalizada aplicación de reglas existentes, para hacerse nombrar, o hacer nombrar a familiares o amigos, a cargos para los que no estaban preparados y, en algunos casos, para quedarse por años y años en el mismo país.
En el caso de estos últimos, algunos llegaron a identificarse más con los intereses del país en que estaban destacados que con los de su propio país; en el mundo de habla inglesa se refieren a este fenómeno como “going native”, algo así como ir convirtiéndose en local. En todo caso, los nombramientos políticos a cargos diplomáticos son algo común en todo el mundo, pero muchos países, por ley, limitan su número y, cuando los hacen, se cercioran de que esas personas cuenten con el apoyo de buenos equipos diplomáticos de carrera.
El Dr. Guerrero tenía clarísimo que la improvisación era fatal para un servicio diplomático. En el prólogo que escribió en mayo de 1916 al libro de Abraham Ramírez Peña, Oficial Mayor del Ministerio de Relaciones Exteriores y director del Boletín de la Secretaría de Estado (Libro Rosado), titulado Cartilla Consular, dice sin circunloquios: “Improvisar Ministros [rango diplomático] y Cónsules, sin previa preparación y sin que sus aptitudes garanticen sus futuras labores, es exponer al país a consecuencias muchas veces graves para su prestigio en el extranjero y nulificar las ventajas que deben esperarse de las misiones diplomáticas y consulares”.
En el mismo prólogo, el Dr. Guerrero manifiesta su preocupación por la falta de formación de funcionarios diplomáticos y consulares: “Frecuentemente nuestros agentes consulares, como nuestros agentes diplomáticos, salen sin preparación ninguna y sin transición metódica de cualquier ambiente, por incompatible que sea con las funciones que van a desempeñar…Bruscamente son elevados a la más alta jerarquía consular o diplomática, sin tener muchas veces nociones, ni siquiera generales, de ciencias directivas de esas delicadas materias…Natural es que en esas condiciones se encuentren desorientados…aún para ejecutar los actos de simple cancillería”.
Tanto en el Ministerio de Relaciones Exteriores como en las representaciones diplomáticas que tuvo a su cargo, el Dr. Guerrero promovió una política exterior basada en los intereses de El Salvador, convencido de la importancia del derecho internacional para normar la conducta de los Estados y de que hablando se entiende la gente. Fueron tiempos de una política exterior independiente que buscaba identificar puntos de encuentro, tender puentes, evitar confrontaciones, alcanzar entendimientos y lograr relaciones armoniosas basadas en el respeto.
Así, persiguió con ahínco la aplicación efectiva de dos principios que consideraba la piedra angular de las relaciones entre países: la igualdad de todos los Estados, grandes y pequeños, y la no intervención. Nunca buscó la confrontación, pero tampoco la rehuyó cuando se trató de la defensa de estos principios.
Corrió el rumor, totalmente infundado, de que el Dr. Guerrero había aceptado ser ministro de Relaciones Exteriores para tener la oportunidad de mejorar los sueldos de los Embajadores, y que por eso duró tan corto tiempo en el cargo. Para el Dr. Guerrero, el dinero no era un tema de desvelos y siempre fue muy estricto en el control y uso de los fondos públicos que le tocó manejar. Y aquí vale recordar las palabras del Dr. Ramón López Jiménez en su escrito In Memoriam: José Gustavo Guerrero, publicado en 1963: “Guerrero fue un soñador en medio de la tremenda convulsión de la Humanidad; creía en las eternas máximas morales, propugnaba siempre la proscripción de la guerra; fue siempre un adalid defensor del arbitraje, como medio de solucionar las situaciones conflictivas; tenía fe en la bondad humana; creía en la eficacia del Derecho Internacional. Para muchos era un alma ilusa, ajena a la realidad materialista”.
Exembajador de El Salvador en Francia y en Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México.