Historias que importan, gracias a lectores como tú

El periodismo que hacemos requiere tiempo, esfuerzo y pasión. Cada reportaje es para mantener informado y contar historias que marcan la diferencia

Sucríbete y obtén acceso a contenido exclusivo

  
Suscribirme
EPAPER Elecciones en Venezuela|Harris vs. Trump|Dengue|Alza precios alimentos|Selecta

Pastorela a la gallega (diciembre 1981)

Ese día masacraron a niños de mi edad en El Mozote. Niños que, quizás, también estaban emocionados por participar en una pastorela. Me tardó veinte años hacer la conexión de los hechos. Pero, para mí, la cosa “se puso peligrosa”, como tantas veces en esos años, pasamos encerrados el fin de semana y la pastorela se pospuso.

Por Carmen Maron

Mamá siempre ha sido el motor de la familia. Papá siempre pidió su opinión. Mi abuela siempre pidió su opinión. Y si no la pedían, no importaba. Su opinión pesaba. Si ella decidía que había que practicar ejercicios en el piano, allí estaban mis hermanas a las 5 a.m., y ni ellas ni  ninguno de los vecinos jamás dijo nada. Ella decidía qué usábamos y que no, qué se comía y qué no, y qué se hacía y qué no. Papá era el típico papá ochentero que amenazaba con cinchazos, como todos. Pero mamá recuerdo que me pegó una vez con un cepillo. De allí era LA MIRADA. Se le quedaba mirando a sus hijas fijamente e ignoraba sus berrinches. LA MIRADA daba tanto miedo que uno no quería ni adivinar qué pasaría si se desobedecía y, por lo tanto, se usaba para todo: besos a un                       círculo de veinte tías, cortes de pelo, desgano, no hacer la cama rápido. Lo que fuera.

      Pues resulta que uno de los sueños de mi mamá era que sus hijas fueran pianistas. La segunda y la tercera eran talentosas y llegaron a tener cierta fama por tocar a cuatro manos. Pero la primera (yo) no nací agraciada. Intenté tocar piano y se me trababan los dedos. Quise bailar ballet, y resulté muy alta. Luego quise cantar ópera y resulté contralto. Ni la pintura sirvió pues, porque tenía un ojo perezoso y lo que años después se identificó como una microlesión cerebral,que me impedían hacer un círculo.

     Así que se imaginarán su satisfacción cuando me aparecí en la casa con una circular del colegio que informaba que había sido escogida para ser “Gilda” en la pastorela que el Maestro Ion Cubicec (un gran músico y compositor rumano que se nacionalizó salvadoreño y fundó el Coro Nacional) iba a dirigir en el colegio. Gilda era el personaje principal y la pastorela era EL evento para los alumnos de quinto grado. Es más, no se hacía en el auditorium del colegio, sino que en el Teatro Presidente.

    “Bueno”, dijo mamá, “vamos a hablar con la Iris (la costurera, que vivía en la Miramonte) para que te haga un traje y vamos a pintarte esas zapatillas de ballet que todavía te quedan de negro. Mañana voy a ir a comprar la tela después del trabajo”.

   “¿No puedo ir a comprar la tela contigo? El microbús me puede dejar en tu oficina...” Mi abuela lloraba porque su hija era “una secretaria” y no una ama de casa, pero yo amaba la oficina de mamá, con sus cuadros y las mil curiosidades que las personas a las que ella les ayudaba en el proceso de gestionar becas en el extranjero le traían. En especial amaba una tortuguita que sacaba la cabeza, cola y patas cuando la tocaba con un dedo.

   “Sería buena idea. El viernes que salgo temprano, para estar aquí antes del toque de queda”.

    Yo estaba feliz. Mamá le dedicaba mucho tiempo a mis talentosas hermanas, así que eso significaba tiempo sólo con ella. Y si tenía la fortuna, hasta podría lograr un milkshake en el restaurante de Simán, en el centro.

     El viernes fui al trabajo de mamá, y nos fuimos en su Toyota a Simán. Allí ella compró tela roja, negra y blanca, sin consultarme, claro. Yo me imaginé una túnica roja, un velo blanco y un cinturón negro. No logré mi milkshake por la hora, pero sí un sorbete al siguiente día que me llevó donde la costurera. La Iris tenía telas de telas en su casa y me entusiasmé tanto viendo las de vestidos de quince años que ni me percaté que hablaban acerca de mi traje.

   “Entonces se viene el diez de diciembre para la prueba y se lo doy al día siguiente, doña Carmen. Justo para la pastorela el doce”.

    El diez de diciembre yo estaba lista y perfumada esperando a mamá. Sin embargo, ella y papá llegaron casi juntos. Sonó el teléfono y oí a mi mamá decir “si, si, comprendo, mejor.” Luego LA MIRADA. “La pastorela pasa al otro sábado. Esta peligroso. Ahora vamos a ir a platicar con tu papá” y cerraron la puerta de su cuarto. Me acurruqué y sólo escuché el radio de onda corta y “La Voz de América”: “batallón...muertos...Morazán”.

   Ese día masacraron a niños de mi edad en El Mozote. Niños que, quizás, también estaban emocionados por participar en una pastorela. Me tardó veinte años hacer la conexión de los hechos. Pero, para mí, la cosa “se puso peligrosa”, como tantas veces en esos años, pasamos encerrados el fin de semana y la pastorela se pospuso. No vi el famoso traje hasta que, una semana después de lo planeado, mi mamá fue a traerlo. ¡Qué túnica y qué velo! Me había mandado a hacer un traje de GALLEGA: falda roja con dos líneas de tela negra en el borde, chaleco negro, delantal blanco. ¡Y claro que hoy entendía lo de las zapatillas!

   “¡Mamá!”, grité, “¡así no era el traje!”

   “¿Quién dice?”

    “La Ana y la Melissa”… empecé a llorar. “Yo no voy. Vestida así NO VOY. El traje era...”

      LA MIRADA.

     Y fui el sábado, vestida de gallega y, tal cómo me imaginé, todos mis compañeros o se horrorizaron o se burlaron de mí. Yo no hallaba dónde meterme. Era un parche rojo en medio de pastores vestidos con brillantes telas celestes, moradas y doradas.

    Don Ion Cubicec se apareció y me vio. Yo bajé la cabeza, pero, para mi sorpresa, el se rio. “Bueno, bueno”,  dijo, “tendremos una pastorela a la gallega. Muy lindo tu traje”. No se me olvidó nada de lo que tenía que decir, mamá estaba encantada, y unas de las niñas más populares me dijeron que mi traje era lindo. El traje lo usó después la tercera hija, creo que en el mismo personaje. Casi diez años después, fuimos a la última pastorela que dirigiría el maestro Cubicec. Para mi sorpresa, “Gilma” usaba un traje de gallega y su compañero ahora usaba un traje de gallego, también. Mamá me volvió a ver con LA MIRADA, y yo sonreí. Una vez más, su opinión había prevalecido.

*En memoria del Maestro Ion Cubicec y su esposa, quienes por casi un cuarto de siglo prepararon pastorelas maravillosas.

Educadora.

KEYWORDS

Historia Salvadoreña Opinión

Patrocinado por Taboola

Inicio de sesión

Inicia sesión con tus redes sociales o ingresa tu correo electrónico.

Iniciar sesión

Hola,

Bienvenido a elsalvador.com, nos alegra que estés de nuevo vistándonos

Utilizamos cookies para asegurarte la mejor experiencia
Cookies y política de privacidad