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Jugando con la historia (Diciembre 1988- Diciembre 2023)

Escribo esto, no como crítica, ni para defender a nadie, ni para influir en el voto de nadie. Lo escribo con los ojos de aquella adolescente que no podía creer (a pesar que gritaba “socaaaa” igual) que dos compañeras se dieran duro. Como alguien que vivió treinta años con todo mundo dándose duro y gritando “socaaaa” de mil maneras. Como alguien que no vio las heridas de su país cerrarse.

Por Carmen Maron

   Diciembre, 1988.

    Eran quizás las dos de la tarde en un colegio bilingüe de San Salvador. Un colegio mixto, de niños bien. Corrían por la presidencia Alfredo Cristiani contra Fidel Chávez Mena y como cuatro candidatos más. Para muchos de nosotros, era la primera vez que votábamos y los ánimos estaban caldeados. En mi caso, papá era extranjero, así que no votaba. Mamá trabajaba para las Naciones Unidas, así que no podía pronunciarse. En un mundo donde casi todos  decían que los “pescados” eran como las sandías (verdes por fuera, rojos por dentro) y las calcomanías con la bandera tricolor florecían en los carros y los cartapacios, yo era la bicha rara.

     —¿Y por qué tu papá no tiene calcomanía de ARENA en el carro?

  —Porque mi papá no vota.

    —Pero tu mamá sí. Vos pescadito escondido has de ser...

      Y la conversación iba en reversa con las que apoyaban el PDC. Yo era arenazi oculta.

      Yo no era nada. Vivía con la eterna esperanza que nos regresáramos a la tierra de mi padre. Soñaba con un lugar donde papá y mamá no estuvieran en peligro (papá había sufrido dos secuestros exprés, mamá había estado de rehén cuando la ERP se tomó Naciones Unidas). Pero mi papá amaba El Salvador. No nos íbamos a ir ni por cerca. Yo ya había mandado mis papeles para estudiar fuera y quizás estaría escribiendo libros en algún lugar rupestre del Viejo Mundo, si no fuera porque Correos de El Salvador perdió mis papeles y nunca lo logré.

    Pero para volver a ese día de 1988, se armó un gran relajo en el pasillo y un gran grito “¡Socaaaaaaa! ¡Al bañoooooo!” Me fui de meque. Y allí estaban las dos más fanáticas de los respectivos partidos en algo parecido a la lucha libre mexicana, golpeándose contra las paredes, dándose patadas, sacándose literalmente sangre, hasta que dos maestras llegaron a separarlas. Obviamente, las suspendieron y anduvieron con golpes y contusiones durante semanas. Por mi parte, al votar debajo de las balas, voté por Guillermo Ungo, iniciando mi racha de votar por candidatos oscuros de los cuales ya nadie se acuerda.

      Una de mis citas favoritas está en la última homilía que Monseñor Óscar Arnulfo Romero pronunció en Catedral. Es una cita oscura, que sólo los que las han leído conocen: “El Dios de la historia, Ese sí no cambia. Pero Él tiene como la complacencia de cambiar la historia, jugar con la historia”. En este rotativo, en estas columnas de opinión muchas veces se criticó a Monseñor Romero, pero también fue portada él y su mensaje y en este mismo rotativo se anunció su canonización. ¿Hipocresía? No. Dios jugó con la historia e hizo justicia. Uno, a veces, tiene que caminar con la historia donde nunca pensó caminar. Uno tiene que darse cuenta que la historia es el mejor juez.

    Diciembre 2023

      Hace unos meses, volví a las aulas. Poco tiempo, pues no aguanto el día entero, pero necesitaba volver. Poco tiempo, porque me cuesta pararme, pero necesitaba volver. Volví porque amo enseñar. Volví porque creo en el futuro de este país. Volví porque a pesar de todo, creo que Dios puede jugar con la historia.

 He sido maestra desde 1989, meses después de graduarme. Pero este grupo  de  jóvenes alumnos es algo que nunca había visto en casi treinta y cinco años. Había visto bullying, acoso, pleitos. Había visto estratificación en el salón de clase. Es más, yo decía que ya lo  había visto todo. Pero nunca había visto un grupo de alumnos que mostrara verdadera solidaridad. Todos los días aprendo algo al ver cómo se apoyan entre los grados, cómo nacen carteleras hermosas y nadie se molesta en tomar el crédito porque todos se escuchan. Cómo comparten sus cosas: desde los pinceles de arte hasta las rodilleras de volleyball sin preocuparse si se las van a devolver o no porque se las van a devolver. Como les nace velar por el bien común de su comunidad educativa antes del propio.

      Al verlos y recordarme de aquel incidente de hace 35 años, me surgen tantas preguntas para este país-o para citar el ensayo que escribió uno de ellos- para aquellos que tienen “el problema de haberse vuelto adultos”

 ¿Qué pasaría si escucháramos las propuestas unos de otros?

¿Qué pasaría si hubiera diálogo?

¿Qué pasaría si en vez de insultarnos y criticarnos pesáramos las mejores propuestas para salud, educación, procesos de ley, control de la corrupción?

¿Qué pasaría si antes de juzgar escucháramos los dos lados de la historia?

     ¿Si la mayor inversión del PIB fuera en educación para prevenir la violencia?

 ¿Si lucháramos para que no hubiera casas hechas con láminas?

  ¿Si el presupuesto se fuera a educación y salud?

 ¿Si enseñáramos moral y cívica otra vez?

  ¿Si como nación, pensáramos en el BIEN COMÚN?

     Escribo esto, no como crítica, ni para defender a nadie, ni para influir en el voto de nadie. Lo escribo con los ojos de aquella adolescente que no podía creer (a pesar que gritaba “socaaaa” igual) que dos compañeras se dieran duro. Como alguien que vivió treinta años con todo mundo dándose duro y gritando “socaaaa” de mil maneras. Como alguien que no vio las heridas de su país cerrarse.

  Y lo escribo como alguien que al ver a mis alumnos tiene la esperanza de un país más compasivo, dónde finalmente (porque nunca se ha hecho) se reconozca la dignidad del pobre y se busque hacer las cosas bien. Si tan sólo la gente grande, el presente, lo permite.

    Lo escribo como alguien que tiene fe que si lo dejamos, Dios puede complacerse en jugar con nuestra historia y cambiarla completamente, para que, finalmente, logremos la paz. Total, ya lo hemos probado (casi) todo.

Educadora.

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