Todos los noviembres me vuelvo a acordar de esa mañana en que sonó el teléfono y era mi tía, dándole a mi mamá las “buenas” noticias del asesinato de los Padres Jesuitas. No se sorprendan, tristemente una buena parte de la sociedad los quería muertos. El Salvador nunca ha sido un país donde se pueda ver la lucha por la justicia social como un tema humano, no político.
Sin embargo, no todos los jesuitas eran españoles, ni fervientes creyentes de la Teología de la Liberación. Hace un par de años empecé a leer sobre el único jesuita salvadoreño nacido en El Salvador (los demás eran salvadoreños por naturalización, pero españoles por nacimiento).
Mis lecturas me llevaron a Chalchuapa , donde el 16 de agosto de 1918 nacía Joaquín López y López en el seno de una familia acomodada. Terminó sus estudios de bachillerato en 1938 con los jesuitas en Santa Tecla y luego se fue a El Paso, Texas, a iniciar su noviciado, pues aún no existía la Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús.
Allá, en El Paso, empezó a estudiar humanidades clásicas y filosofía. Se licenciaría de la primera en 1943 y de la segunda en 1946. En ese año regresó a El Salvador a trabajar en el Externado San José. Pero, en 1949, fue enviado a la Universidad de St. Mary’s en Kansas, luego en 1951 al Teologado de Oña, España (donde unos años después llegaría Rutilio Grande) y allí fue ordenado sacerdote en 1952 e hizo los votos perpetuos con la Compañía de Jesús en 1956. Entre 1954 y 1956 estudio Ascética en la Universidad de Comillas.
Al terminar sus estudios en España, regresó a El Salvador y al Externado San José. La capilla del colegio es obra suya. Pero su obra más grande fue la espiritual. El P. Joaquín comenzó un programa de catecismo intercolegial. Consiguió que casi ochocientos alumnos de varios colegios fueran profesores de catecismo de niños de las áreas pobres de San Salvador. Según el la UCA, se alcanzaron aproximadamente veinte mil niños.
En 1964, logró la difícil tarea que se aprobara la Ley de las Universidades Privadas. Y fue así como se compró, con ayuda de algunos benefactores, la Finca Palermo y se fundó la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas. El P. Joaquín trabajó un tiempo en la UCA. Pero, en 1969, inició la misión por la cual debería ser más conocido: fundó Fe y Alegría junto con algunas señoras, utilizando un poco de dinero y un préstamo bancario. Comenzó con dos talleres de carpintería en el Barrio Santa Anita. Siguió con talleres de corte y confección. Durante los siguientes veinte años, luchando contra problemas económicos, Fe y Alegría se mantuvo. Su rifa anual era bien conocida. Para cuándo el P.Joaquín murió, Fe y Alegría tenía treinta escuelas y alcanzaba a aproximadamente cuarenta mil niños.
Los Jesuitas viven en comunidades. El P. Joaquín siempre se sintió parte de la UCA y por eso vivía en esa comunidad, a pesar que sus superiores le dieron la oportunidad de cambiarla. Además, en 1988, fue diagnosticado con cáncer. Tuvo dos intervenciones quirúrgicas, pero incluso así, no se recuperó. Vivía con un constante dolor, pero seguía trabajando como siempre.
Y fue a este hombre, sacerdote, ya mayor, enfermo de cáncer, que había pasado toda su vida en las aulas, creando catequistas, generando oportunidades educativas para los pobres, a quien asesinaron por ser “subversivo”. Yo pregunto, parafraseando las palabras de Jesús “¿por cuál de sus buenas obras lo mataron?”.
El P. Joaquín no figuró en el juicio en España, que condenó a Inocente Montano, pues dicho juicio fue llevado por las familias, no por la Compañía de Jesús. Se habla mucho de Ellacuría y de Segundo Montes. Se habla poco de Joaquín López y López. Sin embargo, 34 años después de su muerte, el Externado San José continúa, la UCA ha crecido creo que más allá de lo que se hubiera imaginado el Padre y se esta preparando para acoger a estudiantes Nicaragüenses. Fe y Alegría sigue con su trabajo de apoyar a la Niñez y Juventud de El Salvador a través de su red de escuelas y sus centros de formación técnica, con la ayuda de ONGs.
Mucha gente se enoja conmigo cuando digo que los juicios humanos en la historia valen poco, pero los juicios divinos en la historia lo dicen todo. Mientras escribo, en este día de noviembre, veo en mi mente, al P. Joaquín enseñándole a los alumnos “bien” a ser catequistas de los más pobres. Lo veo luchando para obtener votos para fundar la UCA. Lo veo haciendo cuentas para la (siempre endeudada) Fe y Alegría, y fundando escuelas en plena guerra. Por sobre todo, me lo imagino en esos últimos momentos de horror y me duele la injusticia y la bajeza que se haya asesinado a un hombre enfermo, en lugar de dejarlo morir en paz.
Al final, sin embargo, su legado ha perdurado casi medio siglo después de su muerte y es el legado de un santo, no de un subversivo. Si se logra canonizar a los mártires de la UCA (los mártires, al final, lo son por odio a la fe), esa será la justicia divina para el P. Joaquín. Pero yo, que creo en la comunión de los santos, estoy segura de que está en la Iglesia Triunfante junto con el Beato Rutilio Grande, intercediendo por este paisito.
Los santos más grandes no necesariamente son los que más brillaron en vida.