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Gerardo Barrios, fiestas agostinas y conflictos con el clero, 1861

En octubre de 1861, sin consultar con las autoridades eclesiásticas, Barrios trasladó la fiesta del Salvador del Mundo, al 25 de diciembre. Obviamente la medida disgustó no solo al clero sino a buena parte de la población, pero Barrios insistió en aplicarla, de tal modo que se año hubo dos fiestas, la de agosto y la nueva de diciembre.

Por Carlos Gregorio López Bernal |

Las relaciones del gobierno de Gerardo Barrios con la Iglesia Católica fueron complicadas. En 1862 se firmó el Concordato con el Vaticano, el cual suponía regularizar las relaciones entra ambas instancias. El Reglamento de escuelas de primeras letras de 1861 establecía en su artículo 15 que en las escuelas se enseñaría “lectura, escritura, aritmética práctica, ortografía y doctrina cristiana”. El art. 18 establecía que la tarde del sábado se darían “lecciones de doctrina cristiana que el preceptor les explicará, enseñándoles además reglas de urbanidad”. Ambas acciones sugieren buenas relaciones con la Iglesia, pero también hubo fuertes conflictos.

En octubre de 1861, sin consultar con las autoridades eclesiásticas, Barrios trasladó la fiesta del Salvador del Mundo, al 25 de diciembre. Obviamente la medida disgustó no solo al clero sino a buena parte de la población, pero Barrios insistió en aplicarla, de tal modo que se año hubo dos fiestas, la de agosto y la nueva de diciembre. Barrios invirtió mucho dinero a fin de que estas fueran vistosas: hubo corridas de toros, teatro, circos, fuegos pirotécnicos y bailes que corrieron por cuenta del gobierno. Para el año siguiente, las fiestas iniciaron mal; el 19 de diciembre de 1862 hubo un temblor que causó espanto en la población. Aun así, La Gaceta trató de hacer ver que las fiestas habían sido un éxito. El día 24 diciembre “fue trasladado el Divino Salvador de la Iglesia del Calvario á la Catedral, en un carro adornado con mucho esmero y gusto. La procesión fue magnífica, marchando tras el carro el Batallón de milicias de este Departamento y los del Departamento de La Paz… Anoche dieron los Mayordomos del Salvador y baile en la casa de Gobierno; y hoy se ha celebrado la función relijiosa con toda solemnidad.”

En octubre de 1861 estalló otra pugna con las autoridades eclesiásticas porque Barrios exigía que los curas prestaran juramento de fidelidad a la Constitución y al gobierno. El 11 de octubre del 61 se pasó el decreto ordenando que “todo párroco antes de posesionarse en propiedad o interinamente de su beneficio, deberá prestar juramento ante el presidente de la República, de someterse sin restricción alguna a la Constitución y leyes del país y a la autoridad Suprema del Gobierno, a pesar de cualesquiera órdenes o providencias en contrario”.

El conflicto fue subiendo de tono, al punto que el obispo Zaldaña abandonó el país y se radicó en Guatemala; muchos curas lo siguieron. La historiografía barrista retoma el conflicto como una cuestión entre Barrios y Zaldaña. Acá se prestará atención a cómo el problema afectó al bajo clero, y cómo se veía el conflicto desde las poblaciones del interior. Se ordenó que los curas se presentaran a San Salvador a prestar juramento; estos alegaron que no podían viajar y dejar solas las parroquias. Barrios entendió que era un pretexto, y ordenó que los curas se presentaran ante las autoridades locales y dieran el juramento, pero no surtió mucho efecto.

En octubre de 1861, Manuel Alcaine informaba que las autoridades de Atiquizaya requirieron al cura, pero cuando este “vio la escolta, se echó al suelo y entre maldiciones mordió la tierra y pedía a voces el martirio”. Un mes después, Teodoro Moreno, gobernador de Santa Ana decía: “Hoy a las doce ingresó a la parroquia el frailecito de Santa Tecla que seguramente pasa a Guatemala para no jurar. Ayer a las cinco de la tarde llegaron a Ahuachapán, de paso para Guatemala, los curas de Nahuizalco y Sonsonate.”

Obviamente, los curas rebeldes sabían que buena parte de la población los apoyaba y se presentaban como víctimas del anticlericalismo de Barrios. Vicente Loucel advertía a Barrios que los curas “han estado pasando por acá en grupitos a manera de las asociaciones y... para llamar la atención de los pueblos con mayor fuerza, algunos se presentan a pié y estropeados y otros tan pobres que no tienen ni un pan que comer. Los pocos que aún quedan en este departamento y Sonsonate, se anuncia que están para marcharse.”

Barrios gustaba mucho del teatro; de hecho, sus apariciones públicas eran montadas cuidadosamente a fin de lograr el mayor efecto posible sobre los espectadores. Pero también los curas sabían de teatro y dramatizaban al máximo su situación. Santa Ana era su lugar de paso obligado; otras fuentes señalan que los curas llegaban bien montados hasta las afueras de la ciudad, esperaban la hora en que había más gente en las calles y atravesaban Santa Ana a pie y desvalidos. Una vez salían de la ciudad, volvían a montar. Esa imagen se repitió muchas veces y tuvo efecto sobre el ánimo de los feligreses y no favorecía al presidente.

Por supuesto, no todo el clero emigró; algunos accedieron a prestar el juramento. El 22 de noviembre, Teodoro Moreno sugería que estos fueran destinados a las parroquias más importantes que hubieran quedado abandonadas, “para que los pueblos se mantengan tranquilos”. Agregaba, “Aquí ahora no se oye cosa alguna pues, aunque tengo presos al amigo Alcaine y a su coadjutor, les he permitido que administren los sacramentos acompañados de oficiales.” La postdata decía: “Tengo aquí a los padres Alcaine, Borquin, Recinos y Cárcamo. El de Ahuachapán se fugó, lo mismo el de Chalatenango, Cojutepeque y Texistepeque, antes de que fuera la autoridad para juramentarlos.” Como se ve la acción del gobierno contra los curas fue drástica, y no es extraño que generara descontento en una población muy católica como era la de aquel tiempo.

Barrios también tenía curas a su favor. Uno de ellos era el padre Recinos que se ofreció a ir a los pueblos de Sonsonate que habían quedado sin párroco. Sin embargo, los vecinos le negaron el acceso a los ornamentos y vasos sagrados para que no oficiara la misa. El 9 de diciembre, Moreno decía que, en Izalco, “el primer día de su llegada fueron a misa solo tres viejas, y el siguiente solo el sacristán”. A mediados de agosto del 62, una carta anónima sugería a Barrios que no quitara al sacerdote Sáenz, ya que “él ayuda a mantener la tranquilidad en el pueblo; por ser fiel al gobierno, y donde hay fanatismo es necesario tener a un sacerdote que predique sumición y respeto a las autoridades como él lo hace en sus sermones”.

El conflicto finalizó aparentemente a principios de octubre; ambas partes debieron transigir. El 5 de octubre, La Gaceta informaba que “El digno Prelado del Salvador” reconoció y acató la Suprema Autoridad del Gobierno y se sometió a la Constitución. Por su parte, el gobierno convino en reformar algunos puntos del decreto en disputa. Según La Gaceta, Barrios obsequió al obispo Zaldaña con un banquete en que hubo “las mayores demostraciones de estimación y respeto… El pueblo, lleno de alegría, al ver asegurada la tranquilidad, que se creyó amenazada por un momentáneo desacuerdo, espresó su gozo prorrumpiendo en vivas y lanzando cohetes por toda la Ciudad.” Unos meses después se firmaría el Concordato con el Vaticano.

Nota: las cartas citadas están en el Archivo General de la Nación, Correspondencia de Gerardo Barrios, tomo 12. Se respeta la ortografía de los originales.

Historiador, Universidad de El Salvador

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