En septiembre de 1930, el Dr. Guerrero fue elegido magistrado de la Corte Permanente de Justicia Internacional; en enero de 1931, sus pares lo eligieron presidente de ese alto tribunal. Otros jueces latinoamericanos de la Corte Permanente fueron Ruy Barbosa y Epitacio da Silva Pessôa de Brasil, Francisco José Urrutia Olano de Colombia y Antonio Sánchez de Bustamante y Sirvén de Cuba.
Su intervención en cada caso que se juzgó y en cada opinión consultiva que se emitió durante su tiempo como juez, muestra ajustado rigor jurídico, evaluación objetiva con agudo sentido crítico, entendido como análisis y no censura como es corriente ahora, aplicación del derecho con sentido de justicia y no en beneficio de una de las partes o en beneficio propio, ausencia de interpretaciones alambicadas de la ley, y su siempre firme convicción de que el derecho internacional era uno, indivisible y universal.
Sobre esa imparcialidad, capacidad analítica y sentido de juzgar en base a derecho para procurar justicia, el Dr. Ramón López Jiménez, en su escrito In Memoriam: José Gustavo Guerrero, publicado en 1963, dijo: “En la Presidencia del Tribunal Permanente de Justicia Internacional, el doctor José Gustavo Guerrero se caracterizó por un irrestricto apego a la justicia. Esta conducta ejemplar de equidad y respeto a las eternas normas del Derecho, derivadas del concepto de justicia, llevaron la figura de Guerrero al sitial de honor y al más alto aprecio de sus pares y colegas. Reconociendo estas excelsas virtudes, fue reelecto Presidente de la Corte”.
Si bien fue altamente reconocido como gran jurista y magistrado a nivel internacional, fue criticado en su propio país y acusado de “desconocer el derecho”. Nadie es profeta en su tierra, reza el dicho, y se aplicó al Dr. Guerrero en El Salvador porque, nuevamente, la envidia galopó a campo traviesa.
El Dr. Ricardo Gallardo, en su escrito In Memoriam: José Gustavo Guerrero, publicado en 1959, lo resume de la siguiente manera: “…los estudios de jurisprudencia se efectuaban en el país sirviéndose de los Códigos y de los reglamentos, como si los unos y los otros contuviesen preceptos más que dogmáticos, de cuyo criterio e interpretación debía excluirse toda ciencia doctrinal, así como la exégesis de los principios jurisdiccionales. Sin duda, había florecido y aún permanecían vivos un buen número de juristas nacionales que había sabido conquistar los más halagadores laureles tanto en el foro nacional como en el internacional, pero estos constituían una excepción, y conviene precisar que su formación jurídica -a menudo autodidacta- se había realizado sirviéndose de los comentarios y de los Tratados extranjeros. El corte europeo de la cultura jurídica de Guerrero no podía, como era natural, adaptarse a un sistema anticuado profesionalmente, que se caracterizaba por la carencia de respeto a las fuentes de la jurisprudencia y por la nula o muy poca expansión doctrinal. Reinaba en El Salvador por ese entonces, y el lector lo habrá sin duda adivinado, el imperio del secretario de juzgado, hábil para conocer los vericuetos y la puntuación de la ley, pero muy parco en conocimientos doctrinales. Tanto los empíricos como los prácticos de la ley criticaron por medio de la prensa al gran doctrinario que era el doctor Guerrero, conocedor de esos mismos principios que le suponían ignorar…”
En todo caso, para el Dr. Guerrero, como bien lo dice en su libro El orden internacional, en “la esfera de la reglamentación pacífica de los litigios internacionales, el mundo tiene que agradecer a la Sociedad de las Naciones el mayor progreso realizado hasta el día en la justicia internacional. Según lo dispuesto…, ésta fue confiada a un órgano judicial permanente que, aun antes de su vigésimo año de existencia, se había impuesto ya a la conciencia de los pueblos por la autoridad de sus sentencias y la utilidad de sus servicios”. Y añade: “Las sesenta y tres sentencias de fondo dictadas…constituyen la fuente más importante para el estudio del derecho internacional, así como una rica jurisprudencia sobre la materia”. La Corte Permanente de Justicia Internacional tuvo una doble función: juzgar casos contenciosos entre Estados, y proporcionar, ante solicitud expresa, opiniones consultivas sobre asuntos de tomo y lomo. La Corte Internacional de Justicia, su heredera, ha mantenido esta doble función.
En junio de 1940, los ejércitos nazis invadieron los Países Bajos y el comandante quiso ocupar al Palacio de la Paz, sede de la Corte Permanente de Justicia Internacional en La Haya. El Dr. Guerrero era el único juez que quedaba en la Corte, solo acompañado de los empleados holandeses. Riesgo si hacía algo, y riesgo si no hacía nada; el Dr. Guerrero entre Escila y Caribdis, solo ante el comandante del ejército más poderoso en aquel momento. Actuó de acuerdo con sus principios, convencido de su justeza, y como 12 años antes durante la VI Conferencia Internacional Americana en La Habana, dispuesto a cargar con todas las consecuencias por defenderlos.
El Dr. Alfredo Martínez Moreno, en su artículo José Gustavo Guerrero: Caballero andante del derecho, recuerda que el Dr. Guerrero se plantó en el pórtico del Palacio y espetó al general alemán que “la Corte y su personal, conforme al acuerdo de sede, firmado con el Gobierno de Holanda y en base a normas consuetudinarias del derecho diplomático, son inviolables. Sólo sobre mi cadáver pueden tropas extranjeras penetrar al Palacio”.
Ante esa firme actitud, recuerda también el Dr. Martínez Moreno, el “oficial alemán consultó a su jefe, un Mariscal de Campo…quien a su vez se comunicó con el Ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Von Ribbentrop. Éste llamó telefónicamente al Dr. Guerrero y le expresó algo así (según me lo relató el propio protagonista): ‘Alemania va a respetar la santidad del Tribunal, pero por razones militares, el Palacio debe ser desalojado. Pongo a disposición de Ud. un tren expreso para que traslade los archivos y lo que considere conveniente llevar, a un país neutral, Suecia o Suiza '".
Años más tarde, en un discurso que pronunció durante la I Asamblea General de las Naciones Unidas, el Dr. Guerrero recordó el día que tuvo que abandonar La Haya; el martes 16 de julio de 1940: “Una mañana cubierta de un velo de tristeza y de dolor, inundados los ojos de lágrimas, con el corazón transido de angustia”.
El Dr. Guerrero defendió una institución internacional y a sus empleados. Se instaló en el Hotel Richmond en Ginebra. Si se habla de valor, pues el Dr. Guerrero dio una definición ejemplar de su verdadero significado.
[1] Exembajador de El Salvador en Francia y en Colombia, exrepresentante del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Argelia, Colombia, Tayikistán y Francia, y exrepresentante adjunto del ACNUR en Turquía, Yibuti, Egipto y México.