Por Experimenté una mezcla de decepción y falta de sorpresa cuando las luces de la sala de cine se apagaron, dejándonos a solo siete personas en la oscuridad. Incluso tomé una foto panorámica para inmortalizar la peculiaridad de una película histórica sin apenas público en las salas nacionales.
"Mamá, está prohibido tomar fotos en el cine", me recordó mi hijo, a lo que solo respondí con una aceptación silenciosa, antes de sumergirme en la tarea de captar cada detalle de la película "Napoleón".
Este filme, dirigido magistralmente por Ridley Scott, brinda una experiencia cinematográfica extraordinaria, habiendo tanto que resaltar al respecto.
Mi conexión personal con la historia se remonta a mi adolescencia, alrededor de los 14 años en 1978. En ese momento, mi padre me sorprendió con un regalo especial: la reciente adquisición que hizo en la Librería Ercilla de la 4ª. Avenida Norte. Se trataba de "Napoleón", la biografía magistral escrita por Emil Ludwig, considerada como la más destacada sobre el corso (1769-1821). Ludwig, un distinguido escritor y biógrafo judío, nacionalizado suizo, logró plasmar de manera excepcional la vida y legado de Napoleón Bonaparte en su obra.
Al concluir la lectura de este libro, un tesoro que aún conservo entre mis posesiones más apreciadas, experimenté una transformación notable. Al igual que Ridley Scott, me convertí en una apasionada admiradora de Napoleón, un líder que demostró valentía al desafiar las convenciones al arrebatar la corona de las manos del Papa Pío VII. En un gesto memorable dentro de la majestuosa Catedral de Notre-Dame de París el 2 de diciembre de 1804, Napoleón se volvió para que cada par de ojos presentes pudiera atestiguar cómo, con sus propias manos, colocaba la insignia imperial sobre su cabeza, proclamándose así mismo emperador de los franceses. Posteriormente, repitió este simbólico acto al entronizar a Josefina, quien, arrodillada, recibió la distinción de su esposo.
En una película con una duración de apenas dos horas resulta imposible abarcar todos los detalles de la vida de Bonaparte y la época en la que vivió. No obstante, este impactante detalle, junto con muchos otros, motiva investigar quienes fueron sus padres y como influyeron en el futuro de este sujeto, quien posteriormente sería repudiado por el genio musical Ludwig Van Beethoven.
Este músico, al componer su tercera sinfonía, inicialmente titulada "Sinfonía Bonaparte" en un gesto de admiración hacia Napoleón, optó por cambiarla a "Sinfonía Heroica" después de la decepcionante revelación de que los ideales de libertad, igualdad y fraternidad no eran prioritarios para el líder francés. Este giro en la composición refleja la creencia de que "los frutos revelan el árbol", indicando que las motivaciones de Napoleón ya estaban arraigadas en la influencia de sus padres, y él simplemente continuó el camino que ellos habían trazado.
El padre, Carlo Buonaparte (1746-1785), dejando posición y fortuna, se había convertido en guerrillero para luchar a la par de Pasquale de Paoli (1725-1807), el “Padre de la Patria” en Córcega, a raíz de la entrega de la isla por parte de la República de Génova, como pago de una deuda, a Luis XV de Francia. Los libertadores corsos terminaron derrotados en 1769.
La madre de Napoleón, Letizia María Ramolino, perteneciente a una familia noble de menor estatus, recibió una educación religiosa tradicional y destacó por su pasión por la política y la administración de los bienes familiares. Su dote permitió una vida cómoda con Buonaparte, que sufrió un revés tras la participación en las luchas nacionalistas. A pesar de ello, Letizia apoyó activamente a Carlo, acompañándolo en sus viajes incluso estando embarazada y organizando movimientos de resistencia.
Tras la muerte de Carlo en 1785, Letizia asumió el liderazgo de la familia con ingresos mínimos, estableciendo un régimen de austeridad centrado en la educación de los hijos. Napoleón admiró la fortaleza y resiliencia de su madre frente a los desafíos, aprendiendo de ella la importancia de la disciplina, la ambición y la perseverancia en la búsqueda de metas elevadas.
El padre de Napoleón, Carlo Buonaparte, dio lecciones de actuación por conveniencia y deslealtad. Después de la conquista francesa de Córcega en 1769, Carlo colaboró con el nuevo régimen, siendo recompensado con un título nobiliario en 1771 y designado asesor del consejo real por Ajaccio. A partir de entonces, mantuvo una postura pro francesa sin expresar críticas.
Por otro lado, Letizia, la madre de Napoleón, tenía reservas sobre Josefina como esposa para su segundo hijo y rechazó la idea de vivir en la corte parisina. En la coronación de su hijo, a pesar de la insistencia de Napoleón, optó por no asistir. Dedicó gran parte de su tiempo a asesorarse con banqueros y expertos financieros, acumulando una considerable fortuna. Demostrando que aprendía del pasado, prefirió invertir en joyas y obras de arte, activos fáciles de ocultar, en lugar de bienes inmuebles, temiendo posibles expropiaciones en caso de la caída de su hijo.
Recordé estos detalles cuando finalizó la película, se encendieron las luces del lugar, observando con alegría que había más de sesenta personas viendo la obra cinematográfica. Me sentí contenta. ¡Hasta la próxima!
Médica, Nutrióloga y Abogada