“Ella volverá conmigo a los peñascos -dijo a su misma sombra el pescador de los esteros. Mi amada viajera del amanecer. ¡Tan mía y del azul! La quise en verdad, cuidé su sueño, sanó del ala, volvió al estero y se me fue… Así de vagabunda, giró su vuelo, volviéndose hacia mí por un instante y luego desapareció en la lejanía. Aguardaré su regreso allá en los reinos de Poseidón. Quizá al despertar el sueño de la aurora la vea volver. Entonces le diré que devuelva mi sueño y yo le devolveré el camino. ¡Que me devuelva la estrella y le daré su vuelo mejor!” En tardes crepusculares el trovador siguió en larga espera, ante el inmenso piélago de ballenas de acero en migración. En medio de su añoranza se hundía el sol allá a lo lejos, deshelando con sus llamas una promesa de amor. “¿Por qué habré perdido, Señor del Mar, la miel del corazón? -preguntó un día a la divinidad agorera. He quedado sin sus alas, Señor del Alba. Y no sé si lo vivido es tan sólo ilusión o realidad. Como el mago celeste que eres, me hiciste aparecer del aire y de la nada. Yo era nada antes de tu espectáculo. Metiste en la jaula al ave peregrina. Libre y a la vez cautiva como las ilusiones. Después -sacándola de la pajarera- la convertiste en mí: Ilusión de la ilusión; sueño de un sueño. Y heme aquí, gran Mago prestidigitador: ¡Esperando por siempre despertar al amor!” (V) (De: “El Mar de las Leyendas” C.B.)
¡Esperando por siempre despertar al amor!
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