Un día el tucán -al igual que nosotros- el ave rara de los siete colores llegó desde la selva umbría a nuestra casa. Prisionera, el ave mística quedó en su jaula y aprendió a convivir con los humanos. En medio de la urbe fría y bulliciosa. De seres tan parecidos al Tucán de la selva verde, así nos vimos. Cada uno de nosotros tenía un alma parecida al “rara avis in urbs”. Es decir, la voladora tenía un poco de cada uno, de estos otros pajarracos humanos. Tan de la selva umbría y tan lejanos de ella. Tan de la libertad y prisioneros. En medio del jardín, era un ser de maravilloso plumaje en algún lugar de la disoluta urbe, tan parecido a nuestros lejanos espejismos. También nosotros éramos -como él- prisioneros de la urbe. Aunque nos liberara la ciudad, ya no hubiéramos podido vivir sin ella, pues crecimos alimentándonos de ella. A veces de pan, a veces de amor y de ilusiones, a veces del dulce dolor de vivir… La urbe nos amamantó desde niños con su leche nutricia y con sus alimentos enlatados. Sí, al igual que el tucán, ya no hubiéramos podido sobrevivir en la selva indómita de los animales libres y salvajes en las frondas oscuras, desde donde un día llegamos. Porque éramos la misma “rara avis in urbs.”
Nosotros y el “rara avis in urna”
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