El místico rockero y poeta de la vida John Lennon fue el que escribió un día: “Nada es real. No hay nada de qué preocuparse. Campos de fresa por siempre.” Al parecer se refería a los campos de fresa de la felicidad que verdecían en algún lugar de la inocencia. Porque para alcanzar la dicha tienes que volver a la inocencia. Como lo hiciste un día, cuando eras niño, viento y ángel, en los fresales de tu edad primera. Para alcanzar el premio de la felicidad, tienes que olvidar el ayer para volver a ser fresa, dulzura y promesa en los labios. Irás en algún submarino amarillo que se pierda en los mares profundos de tu viaje. Con la misma inocencia de aquel roquero que fue a las estepas del Asia Central a buscar la verdad. Que inventó con los otros chicos de pelo largo el rock profético en un suburbio de Greenwich. Esta banda que aportó a la música, entre otras cosas las melodías policromadas, la denuncia moral y los llamados “nódulos pentatonales”. Sí, nada es real -como decían los antiguos poetas chinos- todo lo que pasa es ilusión. La flor pasa aquel inmenso día de su anunciación y esplendor, mientras que la montaña queda, eternamente altiva en el tiempo. Así el hombre y su sueño de un día es breve. Por tanto, hombre e ilusión son sueño. Un dulce, perfumado y fugaz campo de fresas.
La felicidad de los campos de fresa de J. Lennon
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