Detrás de cada obra de arte está el rostro inmemorial de su autor. Cuando se restauraba un lienzo de Rembrandt -el célebre pintor del siglo de oro neerlandés- se encontró un retrato suyo bajo otras capas de pintura. La casa de subastas Sotheby´s vendió posteriormente el famoso retrato por 11.3 millones de dólares. El mismo que había estado oculto por cientos de años bajo otras capas de pintura que fueron removidas durante su restauración. El autorretrato del gran maestro holandés data de 1634. En la subasta lo adquirió un famoso coleccionista de Las Vegas. Fue descubierto bajo capas de óleo, donde uno de sus alumnos pintó a un aristócrata ruso. Esta anécdota ilustra lo mismo que ocurre con nuestra propia imagen. Con los años nuestro rostro interior va siendo cubierto y sepultado por la misma existencia: capas de costra moral y falsas apariencias; polvo, vanidad, engaño, resentimiento, odio, envidia, rutina… Falsas cubiertas que terminan por ocultar nuestra verdadera identidad. Después de los años perdidos nos damos cuenta que otro rostro ha suplantado nuestro verdadero Yo. El que fuimos -el auténtico, el original- ha sido simplemente olvidado y vedado al mundo y a nuestros ojos. Hasta que vienen los restauradores de Sotheby´s y descubren a Rembrandt, al verdadero ser humano que somos, plasmados alguna vez en el lienzo de lino de la vida.
El rostro de Rembrandt oculto en el lienzo
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