La Paz y el Holocausto de un gorrión. Cuántas veces he imaginado al árbol de romero que planté hace años en el “Bosque de la Paz” -al este de Jerusalem- en un acto conmemorativo sionista. Lo he imaginado alzándose al infinito como una perfumada, iluminada y casi inasible promesa. Porque olvidamos el ayer. No así los elefantes que -según naturalistas- no olvidan. “Aquellos que han olvidado el pasado, condenados están a repetirlo” -reza el antiguo proverbio. En mi visita al “Museo de Holocausto” sentí asco por el genocidio racial nazi sobre el pueblo judío el siglo pasado (al parecer ahora olvidado por ellos mismos). Más que repudio, sentí tristeza por la miseria y crueldad del alma humana, a veces inhumana. Se habla de “animales humanos” de la guerra, cuando desearíamos tener la piedad y nobleza hacia su especie, que demuestran los animales de la selva virgen. En aquel viaje también visité el “Monte de los Olivos” donde Jesús lloró ante la Divinidad estelar por su próximo y sacrílego holocausto. La mortal maquinaria de odio racial enarbola ahora sus negras banderas de guerra en muchas partes del globo terrestre, amenazando no sólo la paz universal, sino la vida nuestra y de otras especies. Os aclaro que -ni ángel ni demonio- tampoco soy un siniestro político, contradiciendo al axioma griego de que el que no lo fuera sería ángel o demonio. Como persona y escritor me acerco más al humanista que anhela un mundo de luz, progreso, paz y fraternidad para la presente y futura Humanidad. ¡Talvez utopía; talvez un herido sueño de amor…! Quizá ante la paz y el holocausto de un gorrión.
El árbol que sembré un día en el “Bosque de la Paz”
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