Cierta vez encontré a un viajero triste. “¿Has perdido algún amor?” -le pregunté. “Perdí el amor que me dio la vida: mi madre.” -dijo con honda nostalgia. Entonces toqué su pecho para sentir el palpitar de su alma. “El medio palpitar de tu corazón es el de ella, le dije. Ella es la mitad de ti. Por tanto, sigue viviendo en tu ser. Si ves un bello amanecer, ella lo ve también. Por igual, si contemplas una hermosa flor; una dorada ave en vuelo; una estrella en el azul, ella también… Por ello, cuando rías, ella será la mitad de tu risa; si amas, ella será la mitad de tu amor; si cantas al viento viajero, ella cantará junto a ti; si lloras por un golpe de la vida, sus lágrimas irán con las tuyas. Finalmente, si sueñas, ella soñará tu mismo sueño. Comprende, pues, que ella no se ha ido. Estará viviendo por siempre al medio de tu ser.” El viajero de dos corazones sonrió, palpando su pecho con gozo y honda nostalgia. “Gracias -dijo- hombre del camino, por hacerme comprender la eternidad del amor que siempre irá conmigo.” Luego, les vi juntos seguir por el largo y alumbrado sendero de la vida.
El viajero de dos corazones
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