Estos últimos días, he sido testigo de cómo la vida les ha cambiado a varias personas que estimo a mi alrededor. Y eso me ha llevado a reflexionar en una idea que pienso que es válida para todos los seres humanos. Comparto esta reflexión con el propósito que mis palabras se conviertan, para quien me lea, en una oportunidad de limpiar los lentes de su alma.
Empiezo con la conclusión de mi reflexión: nuestra rutina está llena de oportunidades que vemos como un hecho (trabajo, personas, lugares, circunstancias de vida). Y eso hace que caigamos en una especie de trampa en donde creemos que lo tenemos todo garantizado. Y claro, caer en esa trampa es normal porque la gran mayoría de nuestros días, tenemos razón: seguimos estando rodeados de esas personas, recibiendo nuestro salario, y frecuentando esos lugares.
Hasta que llega el “hasta que”. Ese “hasta que” es una circunstancia que cambia las reglas del juego de la vida: “hasta que” me despidieron, “hasta que” me diagnosticaron una enfermedad, “hasta que” murió esa persona que amo. Y es en ese “hasta que” que nos damos cuenta de que los lentes de nuestras almas han estado empañados por la rutina. Y que ahora que vemos todo claro, descubrimos que todo es un regalo y admitimos que no siempre le dimos las energías a lo que ahora entendemos que son nuestras verdaderas prioridades de vida.
Con esa claridad, quisiéramos retroceder el tiempo para hacer las cosas diferente: abrazar más fuerte, ahorrar más, estar más presentes, agradecer más. Y es en ese punto que descubrimos que lo que más duele de todo esto es que, en esta vida, aunque todas las reglas del juego pueden cambiar de un día para otro, hay una sola regla que no se altera: el tiempo solo va para adelante. Nos guste o no. Nos parezca o no.
Cuando ya pasamos todo lo anterior, estamos en un punto de inflexión: después de vivir ciertas pérdidas tenemos solo dos caminos frente a nosotros. El primero, se trata de vivir arrepentidos dándole vueltas a todo lo que “hubiera” tenido que hacer diferente. Pienso que ese es el camino más transitado. El segundo camino, se trata de perdonarnos por no haber tomado la mejor decisión y prometernos que en el tiempo que queda, limpiaremos más seguido los lentes del alma para recordarnos que a pesar de lo que perdimos, seguimos teniendo incontables oportunidades que no son un hecho. Este segundo camino es el que requiere más valentía, pero el que más aconsejo para una vida plena.
Y es que, aunque no podemos cambiar el pasado, si podemos cambiar el futuro con nuestra forma de vivir el presente. Por eso, ahora es un buen día para dejar de esperar el siguiente “hasta que” de nuestras vidas y limpiar nuestros lentes del alma apreciando un poco más, agradeciendo un poco más, sonriendo un poco más, y abrazando un poco más.
(@contracorrient._)