Contaba el célebre tenor italiano Luciano Pavarotti que cuando era niño –de apenas doce años- su padre lo llevó a escuchar al maestro Beniamino Gigli, entonces de 57 años. Quedó deslumbrado por la voz del maestro, que recorrió por casi una hora las notas más bajas y altas del pentagrama con su magistral voz. Cuando Gigli terminó, Luciano le preguntó: “Maestro, ¿cuándo fue la última vez que estudió canto?”. Aquel le respondió: “Hace apenas cinco minutos”. La lección que recibió el niño prodigioso fue ésta: Todos los días se aprende a cantar. Para tener una buena voz, debemos estudiar todos los instantes y “silencios” de nuestra vida. En cada nota, en cada melodía de la creación. De igual manera, cada día el hombre aprende algo nuevo de la vida y del arte de vivir. O, lo que es igua, vivir del arte. Instante a instante de su existencia el ser humano perfecciona el arte del canto de igual manera el arte de amar. En ello radica tener buena voz y alcanzar el estro musical y la gracia del “Eros creador”. Esa disciplina del arte que -como el canto del tenor- tiene que perfeccionarse cada día, estudiando en esta inmensa escuela de la existencia. Este conservatorio de la voz y del alma que es la vida.
Todos los días se aprende a cantar
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