Al nacer somos el mármol puro, sin forma, limpio, sin mancha, sin golpes, caricias, zarpazos ni arañazos del destino. El mismo destino creador que nos forja como lo hace el divino escultor, con cincel, martillo, amor e inspiración. Es la vida y el imaginero de las estrellas quien forma la escultura humana. Perfecta a veces, imperfecta en otras. Intacta y luminosa en ocasiones y rota o lastimada en otras. Pero siempre hermosa, aunque la imagen viva pase y la de piedra quede.
El Creador esculpe con esmero al “Homo Opus Dei” (El Hombre, obra divina) en medio de las leyes de la naturaleza, de la “selección natural de las especies” y de las leyes sociales, culturales y sagradas. Cada escultura humana es una hermosa pieza de arte divino y de la naturaleza (Natura). Con sus dotes y características propias; con sus rasgos personales, con su propia identidad genética, histórica y cultural. Sin embargo, la pieza maestra de la Historia -El Hombre Universal- está -al parecer- sin culminar en el tallado de la misma evolución natural. Somos, pues, inconclusas obras de arte del Divino Escultor. El Hombre del futuro es un proyecto. En nuestra leyenda personal urge vivir para poder realizarnos como tal, para llegar a la cumbre, al estado de gracia y realización. Somos, en conclusión, la imagen y civilización de mármol.
El hombre es un proyecto: la imagen de mármol
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