Los modernos astrofísicos han diseñado antenas y radares especiales para escuchar señales del espacio exterior, mensajes acaso de lejanas civilizaciones, perdidas en el sombrío vacío estelar. Afirman haber escuchado remotas señales en el cosmos, cuando a lo mejor la civilización emisora ya habría desaparecido del campo estelar. El intento de enlace con distantes mundos ha seducido y perturbado a los genios modernos. A otros les ha llevado la vida establecer comunicación con su Cristo interior. Asombrosa la tecnología espacial, en la búsqueda de un nuevo paraíso en el firmamento. Pero en vez de escuchar distantes estrellas los hombres debieran escucharse a sí mismos para llegar a un entendimiento de evolución, de amor inteligente. Tratando el hombre moderno de escuchar las estrellas deja de escuchar su propio corazón. Un pueblo no sólo habla con la voz, porque ésta puede no ser escuchada. La gente habla con su trabajo, su dolor, su alegría, su dieta y costumbres y especialmente con su fe en el porvenir. Aunque sigamos esperando el mensaje de perdidas civilizaciones en el cosmos. Aunque sigamos sin oír la voz del ser amado, del hermano y semejante, del caído.
Oyendo señales del universo y no las nuestras
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