Al final de los pasos, el mayor premio de existir es llegar a ser tú mismo. Lo que eres, lo que anhelas. Aunque sean tus propios sueños. Sueños sin despertar. Acaso un sueño dormido en el balcón a la luz de lunas viajeras. Recuerda que hay que pasar la tormenta para luego ver el arco iris. De la misma manera de que lluevan tus ojos para ver el sol de la alegría. Lo que mueve al velero no son los aplausos, sino el viento y empuje de los anhelos. Su única y mayor victoria es navegar, como en ti es el vivir la dorada ilusión y que el amor agite tu velamen, llevándote lejos. Para luego -ya en tierra firme- llegues a la cima de ti mismo, de tu propia realización. El premio de quien nadie acaso llegue a saber. Sólo Dios y el silencioso infinito; sólo tú y las estrellas en la noche de la vida. Sólo tú en el gran estadio universal o en las luminosas pistas siderales de tu cosmos interior. Nadie más que tú estará entonces en el gran coliseo del mundo, llevando en alto la copa dorada de la Vida. Cuando al final de los pasos descubras que -pese a todos los premios, aplausos o laureles- tu gran victoria, humana y colosal será haber llegado a ti, en la gran conquista del premio de existir.
El premio de existir
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