Indagando la periodista al encantador de salón, preguntó luego de deliberar sobre su espectáculo: “¿Qué otras magias ha practicado?” “La magia blanca. Es angélica. Nunca la magia negra, pues ésta es destructiva y enajenante. Inicialmente practiqué con éxito la magia de salón, esa de hacer aparecer cosas del aire, como decir conejos de un sombrero de copa, rosas, pañuelos coloridos o hermosas mujeres de la nada. Lo que se conoce como ilusionismo. Sin embargo, la única magia que elegí para mi vida fue la magia del arte. La que también hace aparecer sueños del aire y de la nada. Porque amar la magia, es amar el amor, porque el amor es magia, ¡Magia de un gran sueño! La misma taumaturgia de volar; el encantamiento de anhelos y palabras. En fin, la magia de desear. Es el ángel del deseo quien vuelve realidad el paraíso. O -lo que es igual- el paraíso de la realidad. El mismo que ha sido creado por el gran Mago universal desde antes de abrir los ojos al infinito. Cuando –según la tradición sánscrita— la divinidad femenina crea el universo al despertar y lo destruye al cerrar los ojos. Esto debido a la ley cuántica de la entropía astrofísica que condena a todo lo existente a desaparecer. Ocurrió en la misma explosión primordial, creando la vida o destruyéndola -en un abrir y cerrar de ojos- en el hechizo universal de hace millardos de siglos en la edad del Cosmos. El mismo que -precisamente- fue creado por arte de magia” concluyó el encantador. (II)
La magia del arte universal
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