Si vas por el campo encontrarás un cardo en el camino. Es duro, amargo y espinoso. También encontrarás un peral al medio de la llanura. Sus frutos son dulces y perfumados y su sombra te guarecerá del sol… Si preguntas a uno y a otro el porqué de su dulzura y o de su amargura, ambos te dirán que así los hizo la vida, la evolución natural, la mano creadora… De igual manera –si vas por las estepas de la humanidad— encontrarás hombres dulces y otros amargados. Unos darán optimismo, amor, ánimo, alegría… En cambio otros: odio, negativismo, rencor, desánimo, amargura… Entonces verás en el cardo y en el peral la misma similitud con el ser humano. ¡Dulzura y amargura del hombre y la llanura! Unos darán espinas, en tanto otros, florecerán amor. Como Jesús, identificarás por sus frutos al árbol y al hombre. Al ver al fondo de ti mismo, verás si fuiste cardo o peral. Al hacer un alto en el camino para ver tu rostro en el espejo de los días, descubrirás la desconocida identidad que forjó en ti la vida, la naturaleza o la civilización. ¡Dulzura del peral y amargura del cardo! Tan necesaria la primera para distinguir la felicidad; igualmente la noche para descubrir el día y el lloro para ver la claridad de la esperanza.
Dulzura del peral, amargura del cardo
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