Los lejanos moralistas griegos repetían la conocida sentencia “Carpe Diem” cuya traducción literal es “Aprovecha el Día”. A esto podríamos agregar la expresión popular de aquel que por madrugar recibe la ayuda de Dios. Porque olvidamos una verdad práctica: no tenemos todo el tiempo del mundo. Al contrario, el tiempo es quien nos tiene a todos en sus manos acácicas y eternas. Cuando niños la percepción de treinta años, por ejemplo, es de un periodo largo y las personas de esa edad nos parecen viejas. Pero -conforme recorremos el camino de los viajeros fugaces- nos damos cuenta de que un periodo así pasa demasiado rápido ante nuestros ojos. Precisamente como un sueño. Aprovechar el día significa no sólo disfrutar y obtener logros durante el lapso físico de veinticuatro horas, sino aprovechar el día universal de nuestra vida, que es el periodo de la existencia. Significa disfrutar el premio de vivir (la divina dádiva) para ejercer nuestra misión en este mundo (“karma”, en sánscrito). Esto es, utilizando de una manera inteligente los preciados instantes de nuestro ciclo vital. Es decir, el breve día de nuestra efímera eternidad. El tiempo –considerado el mayor tesoro del ser humano—se nos escapa de las manos sin sentir. Vivamos pues este día como el último y el primero de nuestras vidas.
Vive este día como el último y el primero
.