El mismo que nos robó la vida y los sueños. El mismo ladrón del tiempo y del amor. El mismo que en noches oscuras nos robó la esperanza. El ladrón de la Historia… Torvo. Nocturna y lunar criatura, robando las sombras de la ciudad dormida. Ciudad sin gloria. Desnuda y desolada, como quedan todas las noches, todas las fieras y todas las ciudades de esplendor. Y en medio de sus calles de asfalto y alquitrán, vagando como fiera sola, el Señor de las sombras y de los rateros, robando el tiempo en las plazas, cuando todos se han ido sin volver o simplemente escaparon a dormir su olvido. Silencioso y triste, este robador del tiempo y de la vida, huye furtivo y temeroso, con su pesado botín de sueños y de días perdidos. Pasa en su biciclo y se va… Se roba la soledad y el ladrar de los nocturnos perros callejeros. El ladrón sonríe. La vida será su próximo botín. Pero no sabe si robar primero el oro o si robar primero la estrella. Reanuda su marcha silenciosa como la de las fieras que huyen tristes, taciturnas y sombrías. Piensa robar la plaza pero el jinete de bronce lo persuade con su mirada eterna. Por hoy se lleva la Historia, el testamento de los días perdidos y la más patética mercancía humana: el tiempo. También roba unas farolas para alumbrar su noche o su mañana. Si es que acaso tenga un mañana y siga allí la plaza en su lugar. Cuando quizá haya desaparecido como toda leyenda urbana. Todo pasó esa noche: el mismo raptor que robó la verdad la fue a vender al “topetero” que es el mercader de cosas robadas. (I)
La noche del ladrón de la historia
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