El rostro nuestro que vemos reflejarse en el espejo es una ilusión, no somos en verdad nosotros mismos sino tan sólo -precisamente- un espejismo. Por igual, nuestra voz grabada nos parece extraña. Narraré el caso de una mujer que escuchó por primera vez su voz: Joanne Milne era sorda desde su nacimiento a causa de una rara condición llamada el Síndrome de Usher, que se caracteriza por la sordera y pérdida gradual de la vista. Esta dama británica de 40 años se sometió a una cirugía para que le colocaran un implante coclear y -tras semanas de espera- Joanne pudo encender el aparato. La experiencia de escuchar por primera vez su voz fue para Milne la experiencia más emotiva y abrumadora que había vivido. Este caso ilustra la parábola de la incomunicación humana. Si no podemos escuchar nuestra voz interior ¿cómo vamos a escuchar a los demás? Ya no entendemos las palabras de auxilio, de amor y esperanza del mundo exterior. ¡Hemos dejado de escuchar la vida, la voz de la humanidad! Es fácil comunicarnos con otra persona a miles de kilómetros y no así con el vecino o con la persona que está a nuestro lado. Somos la voz desconocida de Joanne Milne. La voz del gran desconocido: nosotros mismos. Escuchemos pues, nuestro cuerpo, nuestro espíritu, nuestro ser, al hermano y la voz de las montañas.
Incomunicación humana: Mujer escucha su voz por primera vez
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